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Actualizado: 16 de junio de 2025


Dio otra palmada el director del combate. «TresUn momento antes Canterac había hecho fuego. Todos corrieron en una misma dirección, menos el capitán, que permaneció inmóvil, con el brazo caído y la pistola todavía humeante en su diestra. El contratista estaba de bruces en el suelo como una masa inerte.

Una tarde se hallaban ambos asomados de bruces al balcón principal de la casa. El conde leía un periódico. Miss Florencia paseaba por la huerta con los niños. El día estaba opaco y caluroso.

Se chillaba, se reía, se arrojaban las mazorcas unos á otros, se tiraba de los pañuelos á las zagalas, se defendían ellas dando algunos vigorosos empujones que no pocas veces hacían caer de bruces á sus contrarios. Todo se hacía menos trabajar.

Estaba una artesa en el suelo toda llena de vino, y allí se echaba de bruces el que quería hacer la razón: contentóme la penadilla. A dos veces no hubo hombre que conociese al otro. Empezaron pláticas de guerra; menudeábanse los juramentos; murieron de brindis a brindis veinte o treinta sin confesión.

Desnoyers quedó envuelto en una nube de crujidos, como si se tronchase la madera de todos los árboles que tenía ante sus ojos. El escuadrón impetuoso se detuvo de golpe. Varios hombres rodaron por el suelo. Unos se levantaban para saltar fuera del camino, encorvándose, con el propósito de hacerse menos visibles. Otros permanecían tendidos de espaldas ó de bruces, con los brazos por delante.

Miré con ansiedad en derredor, pero me vi obligado a confesar que no distinguía nada que coincidiera con la descripción. Tan abrupto era el obscuro peñasco de piedra caliza que bajaba hasta el agua, que me aproximé a su borde con gran precaución, y después, echándome de bruces, me arrastré y miré por sobre su peligrosa orilla.

Necesitaba dar órdenes, pelear con alguien. Pero la flojedad de sus piernas le empujó hacia el hotel, y se dejó caer de bruces en la cama, mientras rodaba por tierra su sombrero, contento de la grave tiesura con que había llegado hasta su cuarto sin llamar la atención de la servidumbre.

¿Por qué? dijo asustado el joven. Porque he visto, he visto, ¿entiendes? a la señora Casilda entrar... repito que lo he visto... en casa de Esteven. ¡Tiíta Silda en casa de Esteven! exclamó Quilito, tan sorprendido que dió un salto y casi fué a dar de bruces en la hoguera.

Era rubia, de ojos azules, ensortijado el pelo; estaba en camisita y traía en la mano la pelota. Luis, Genoveva y Damián, cayeron de bruces sobre la mesa... Casilda, loca de espanto, se tiró al suelo de rodillas, cubriéndose el rostro con las manos y gritando: ¡Perdón, Señor! La niña retrocedió asustada, tiró al huir la lamparilla derramando el aceite, y se metió en la cama muertecita de miedo.

Unos se desplomaron como sacos medio vacíos; otros rebotaron en el suelo lo mismo que pelotas; algunos dieron un salto de gimnasta, con los brazos en alto, cayendo de espaldas ó de bruces, en una actitud de nadador.

Palabra del Dia

lanterna

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