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Cuantos contemplaban la escena envidiaban la suerte del hombrecillo, el cual, cogiendo el caballo por la brida, se montó en él. ¡Pero cuál no sería la estupefacción general, y sobre todo la de Riffi, cuando vieron al noble bruto emprender una carrera desenfrenada en dirección de las tropas alemanas! El sastrecillo levantaba al cielo las manos, implorando a Dios y a todos los santos.

Fuera, espesos copos de nieve continuaban cayendo del cielo, depositándose en el borde de las ventanas, y a cada instante se veía partir un trineo silenciosamente con un enfermo sumergido en un lecho de paja; unas veces era una mujer y otras un hombre los que conducían al caballo de la brida. Catalina, sentada cerca de la mesa, doblaba los vendajes con aire preocupado.

Algunos libros de caballerías y uno que otro tratado de brida y de jineta que sorprendió sobre el bufete de su aposento, hicieron comprender a la madre lo que estaba aconteciendo en el ánimo de su hijo.

¡Ah! dijo. Allí está Rubín con los caballos. También los había visto el pajecillo, cuyos rubios y largos cabellos rizados rodeaban el gracioso rostro. Cabalgaba alegremente, llevando de la brida el blanco palafrén causa involuntaria de las aventuras de su dueña. ¡Os he buscado en vano por todas partes, mi señora Doña Constanza! gritó agitando en el aire la emplumada gorra.

Llegando a la casona, ató la brida del animal jadeante en el aldabón de la portalada y llamó con mayor solemnidad y brío que lo hiciera en reciente ocasión don Rodrigo el del Nidal. No tenía Salvador cobardía ni miramientos como aquella otra vez que, a su regreso de Francia, esperó en aquel mismo sitio, sobresaltado por el eco arrogante de su llamada.

Morsamor, distraído y taciturno, no prestó atención a lo que Tiburcio decía. Así llegaron a la puerta de la iglesia del Carmen, y, encomendando sus caballos a sendos palafreneros de la Casa Real, que los tuvieron de la brida, entraron en la iglesia, donde se hallaban ya el Rey y todo su séquito. Poco tiempo permaneció Morsamor en la iglesia.

Era víctima de una educación mal dirigida que había tratado ante todo de hacer de él un hombre brillante, pero no un simple hombre honrado en la alta acepción de la palabra. Indulgente, pero firme, la de Candore no vacilaba nunca para hacerle sentir el freno y la brida cuando se trataba de su salud, de su fortuna o de su porvenir, pero sin cuidarse seriamente del lado moral.

Otras veces decía: ¡Joan de Madrid, el mayor! Su padre de Joan de Madrid fue casado con Ana de Acevedo, la gorda. Y callaba otro poco. Al fin, con estas cosas, el alcaide me daba de comer y cama en su casa, y el escribano, solicitado de él y cohechado con el dinero, lo hizo tan bien, que sacaron a la vieja delante de todos en un palafrén pardo a la brida, con un músico de culpas delante.

Tendía ya la mano para asir la brida de uno de ellos, cuando recibió en la cabeza fuerte pedrada que lo derribó aturdido.

La montura es tan insegura que cada jinete es un equilibrista. El jinete va sentado en el centro, con las piernas cruzadas sobre la nuca del asno, y este, que no está sujeto por brida ni cabestro, es manejado hábilmente al influjo de los golpes que le regala con la mano su equilibrista caballero.