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Actualizado: 15 de junio de 2025


Diéronle una barahúnda de bienvenido; abrazólos a todos, y luego empezaron unos a pedirle oración para el Justo Juez en verso grave y sonoro, tal que provocase a gestos; otros pidieron de las ánimas; y por aquí discurrió, recibiendo ocho reales de señal de cada uno.

Vamos, quedaos siquiera un día sin ostras, amigo Oliver, exclamó el barón riéndose, que si hoy habéis perdido vuestro plato favorito en cambio volvéis á ver á un amigo, á un compañero de armas. ¡Por San Martín! gritó el mofletudo personaje, olvidando toda su cólera. ¡Vos, Sir León, el paladín del Garona! ¡Bienvenido seáis!

Denso rubor, como el aterciopelado carmín de las rosas, coloreaba sus mejillas; pero en seguida, al reconocer al mancebo, una sonrisa hospitalaria, hechicera, talismánica, que mostró la blancura de sus dientes, tornó, al pronto, su semblante claro y tranquilo como la luna. ¡Ah!, ¿eres , señor don Ramiro? exclamó. ¡Bienvenido seas! Perdón, si ayer os hice daño con la flor, en la calleja.

Llegó la hora de cenar; vinieron a servir a la mesa unos grandes picaros, que los bravos llaman cañones. Sentámonos todos juntos a la mesa: aparecióse luego el alcaparrón, y con esto empezaron por bienvenido a beber a mi honra, que yo de ninguna manera, hasta que la vi beber, no entendí que tenía tanta. Vino pescado y carne, y todo con apetitos de sed.

8 Mirad por vosotros mismos, para que no perdamos las cosas que hemos obrado, sino que recibamos el galardón cumplido. 9 Cualquiera que se rebela, y no permanece en la doctrina del Cristo, no tiene a Dios; el que permanece en la doctrina del Cristo, el tal tiene al Padre y al Hijo. 10 Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en vuestra casa, ni le digáis: ¡bienvenido!

En realidad no podía usted saberlo... Nuestro Simón no había nacido entonces todavía... Se ha hecho aguardar un poco, pero de todas maneras ha sido en nuestra casa el bienvenido, ¿no es verdad, señora Princetot? La señora Miguelina parecía disgustada por la charla de su marido; su plácido rostro de mujer devota tomaba una expresión de vivo descontento y sus labios se plegaban con gesto nervioso.

¡Bienvenido, primo mío! exclamó acercándose y dándome una palmada en el hombro, sin cesar de reírse. Muy disculpable es mi sorpresa, porque no todos los días ve un hombre su propia imagen contemplándole frente a frente. ¿Verdad, señores? Espero no haber incurrido en el desagrado de Vuestra Majestad... comencé a decir. ¡No, a fe mía!

Mientras se hallaba ocupado en estas reflexiones, resonó un golpecito en la puerta del estudio, y el ministro dijo: "Entrad" no sin cierto temor de que pudiera ser un espíritu maligno. ¡Y así fué! Era el anciano Rogerio Chillingworth. El ministro se puso en pie, pálido y mudo, con una mano en las Sagradas Escrituras y la otra sobre el pecho. ¡Bienvenido, Reverendo Señor! dijo el médico.

Y con esto, se levantaron todos y me abrazaron, y yo a ellos, que fue lo mismo que si catara cuatro diferentes vinos. Llegó la hora de cenar; vinieron a servir unos pícaros que los bravos llaman «cañones». Sentámonos a la mesa; aparecióse luego el alcaparrón; empezaron, por bienvenido, a beber a mi honra, que yo hasta que la vi beber no entendí que tenía tanta.

Sed bienvenido á nuestra ciudad y aceptad nuestros humildes respetos. Dadme desde luego vuestras órdenes, capitán ilustre, y decidme en qué puedo serviros, á vos y á vuestra gente.

Palabra del Dia

vorsado

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