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Actualizado: 10 de junio de 2025


A un parroquiano como usted, de la aristocracia, no se le niega el hospedaje porque deba, un suponer, tres noches, cuatro noches... Plántese el buen Frasquito, con cien mil pares, y verá cómo la Bernarda agacha las orejas... Le da usted sus cuatro reales a cuenta, y... échese a dormir tranquilo en el camastro».

Y Rafael obedecía, pero evitando que le acompañase don Andrés, pues a la ida o a la vuelta pasaba unas cuantas horas en la casa azul o suprimía por completo el viaje para quedarse allí temblando al volver a casa por si su madre se enteraba de tales distracciones. Doña Bernarda conocía aquella nueva amistad.

Las Cortes iban a cerrarse, y obedeciendo las continuas indicaciones de los partidarios y de doña Bernarda que le pedían que hiciese algo fuese lo que fuese algo beneficioso para la ciudad, una tarde, a primera hora, cuando en el salón de sesiones no estaban más que el presidente, los maceros y unos cuantos periodistas dormidos en la tribuna, se levantó con el almuerzo subido a la garganta por la emoción, para pedir al ministro de Fomento más actividad en el expediente de las obras de defensa de Alcira contra las invasiones del río; un mamotreto que contaba unos sesenta años de vida y aún estaba en la niñez.

Todas las historias pasadas, los ecos de su vida de aventuras, llegados hasta ella débilmente y que jamás quiso creer considerándolos obra de la envidia, se los repitió doña Bernarda con su autoridad de señora formal y buena cristiana, incapaz de mentir.

Pues debe de estar ahora más pobre que una rata, porque las noches se las pasa... ¿Dónde? En los palacios encantados de la señá Bernarda, calle de Mediodía Grande... la casa de dormir, ¿sabe? ¿Qué me cuentas? Ese Ponte duerme allí cuando tiene los tres reales que cuesta la cama, en el dormitorio de primera. estás trastornada, Benina. Le he visto, señora. La Bernarda es amiga mía.

Por encima de la cabeza de los fieles apareció una gran bandeja de plata, la misma que pocas horas antes estaba en una de las celdas del convento, y en ella el hábito de novicia bernarda. El prelado lo bendijo. Dejáronse oír las notas agudas y gangosas del órgano y se puso en marcha la procesión. María delante y a su lado la madrina y Marta; detrás el obispo y en pos de él la clerecía.

Y cuando la veía en la imaginación en hábito de monja bernarda, por entero olvidada de aquellas dulces escenas que habían sido el encanto de su vida, despreciándolas tal vez, y aborreciéndolas cual si fueran delitos, nuestro joven ¡que Dios le perdone el pecado! llegaba a mirar con ojeriza a la esposa de Jesucristo.

Era defensor de un tal Darwin, que sostenía que el hombre es pariente del mono, lo que regocijaba a la indignada doña Bernarda, haciéndola repetir todos los chistes que a costa de esta locura soltaban sus amigos los curas los domingos en el púlpito. Y lo peor era que con tales brujerías, no había enfermedad que se resistiera al doctor Moreno.

Tenía miedo a aquellos ojos iracundos, en los que podría leer seguramente el relato de cuanto había hecho por la tarde; pero al mismo tiempo abrigaba el propósito de desobedecer a su madre, oponiendo a su energía una resistencia glacial. Apenas terminó la serenata, se metió en su cuarto, huyendo de toda explicación con doña Bernarda.

Palabra del Dia

rigoleto

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