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Actualizado: 24 de junio de 2025


BENITO. Esta ¡cuerpo del mundo! que es figura hermosa, apacible y reluciente. Sobrino Repollo, que sabes de achaque de castañetas, ayúdala y será la fiesta de cuatro capas. SOBRINO. Que me place, tío Benito Repollo. CAPACHO. ¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la Chacona!

Por el siglo de mi madre, que me sacase los mismos ojos de mi cara, si alguna desgracia me aconteciese bonita soy yo para eso. JUANA #Tostada#. Sosiégate, prima, que toda la gente viene. CHANFALLA. Siéntense todos; el Retablo ha de estar detrás de este repostero, y la autora también. GOBERNADOR. El señor Montiel comience su obra. BENITO. Poca balumba trae este autor para tan gran Retablo.

Una noche, al retirarme tarde del escritorio, don Benito me esperaba en la puerta de la calle con evidentes manifestaciones de sobresalto. Y... me dijo al verme, ¿qué ha sucedido hoy en lo de don Eleazar? Nada le contesté, el día ha sido como el de ayer, sin novedad. ¿Sin novedad? ¿Pero usted embroma o es tonto? me replicó mirándome fijamente al rostro.

Los pronósticos del médico se cumplieron. Pocos meses después mi tío era padre. La suerte había sido prodigiosa. Difícilmente podría existir una criatura más encantadora que la hijita de Blanca. El mundo, según don Benito, había puesto sus puntos interrogantes; pero el mundo es malo y es necio. Nada más hermoso que aquella niñita que, según todos los que la conocieron, era un trasunto de su padre.

Leida esta confesion delante de Benito, de los cardenales, prelados i demás personas presentes, entre quienes se hallaban los convertidos, mandó el antipapa que se hiciese lectura de los nuevos decretos que desde aquel punto establecia contra los judíos persistentes en la caduca lei.

En el mareo embriagador de sus últimos giros, columbré el rostro de don Benito, que del brazo de Fernanda nos miraba con una sonrisa mefistofélica, en el momento en que el eco de los violines se apagaba, y Blanca caía fatigada voluptuosamente sobre un sofá que la sostuvo y balanceó un instante en sus muelles y flexibles elásticos.

¡Jesús te ampare! exclamó mi tío Ramón, abriendo tamaños ojos al verla caer; ya tenemos encima la terrible perlesía; y corrió a socorrer a su consorte que había caído sin sentido a los pies de la mesa, haciendo un ruido extraño con la boca llena de espuma. Don Benito y yo habíamos corrido al mismo tiempo a socorrer a mi tía.

BENITO. Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las otras sabandijas que yo he visto. CAPACHO. Todos las habernos visto, señor Benito Repollo. BENITO. No digo yo que no, señor Pedro Capacho. FURRIER. Ea, ¿está ya hecho el alojamiento?, que ya están los caballos en el pueblo. BENITO. ¿Qué, todavía ha salido con la suya Tontonelo?

No me alarmo, don Benito, por tan poca cosa le repuse riéndome a carcajadas. ¡Soy yo quien resuelvo no volver al escritorio de don Eleazar! No me cuadran ni el hombre ni el empleo. Hace usted bien, amigo: eso lo honra. No, don Benito; ni me honra ni me deshonra; no hago una quijotada, ni tendría derecho para hacerla.

Aunque con menos lujo, concurrían también las cofradías a las fiestas de San Benito y Nuestra Señora de la Luz, en el templo de San Francisco, y a las procesiones de Corpus y Cuasimodo. En estas últimas eran africanos los que formaban las cuadrillas de diablos danzantes que acompañaban a la tarasca, papahuevos y gigantones.

Palabra del Dia

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