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Actualizado: 10 de junio de 2025


No era mala persona Juliana; dominante, eso , ávida de mostrar las grandes dotes de gobierno que le había dado Dios, mujer que no soltaba a dos tirones la presa caída en sus manos. Pero no carecía de amor al prójimo, se compadecía de Benina, y habiéndole dicho esta que el moro la esperaba en la calle, quiso verle y juzgarle por sus propios ojos.

Creo... vamos, no puedo asegurar que me es desconocida, señora mía. Antójaseme que la he visto. ¡Oh! bien decía yo que... Sr. de Cedrón, ¡qué alegría me da! Tenga usted calma. Veamos: ¿esa Benina es una mujer vestida de negro, así como de sesenta años, con una verruga en la frente?... La misma, la misma, Sr. D. Romualdo: muy modosita, algo vivaracha, a pesar de su edad.

Detalladas las señas de Almudena por Benina, afirmó la mujer que, en efecto, había dormido allí; pero con los demás pobres se había largado tempranito, pues no brindaban aquellos dormitorios a la pereza. Si la señora quería algún recado para el ciego moro, ella se lo daría, siempre y cuando viniese la segunda noche a dormir.

Dando las gracias a la esmirriada, salió Benina, y se fue por toda la calle adelante, atisbando a un lado y otro. Esperaba distinguir en alguno de aquellos calvos oteros la figura del marroquí tomando el sol o entregado a sus melancolías. Pasadas las casas de Ulpiano, no se ven a la derecha más que taludes áridos y pedregosos, vertederos de escombros, escorias y arena.

Cuando llegaron a San Bernardino, pensaba la anciana que mejor estaría descalza. «Amri le dijo Almudena cuando traspasaban la triste puerta del Asilo Municipal , no yorar ti... Aquí bien tigo migo... No yorar ti... contentado ... Dar sopa, dar pan nosotras...». En su desolación, no quiso Benina contestarle.

«Al niño no le he visto ni hoy ni ayer respondió Benina ; pero me ha dicho la Juliana que anda corriendo ahora como las mismas exhalaciones, porque, con esto del trancazo, le han salido muchos anunciantes de medicinas. Piensa ganar mucho dinero y echar él un periódico, todo de cosas de tienda, poniendo, un suponer, dónde venden este artículo o el otro artículo.

Después se fue hacia Benina, y con todo miramiento le dijo: «Usted, Doña Benigna, bien podría dejarse de esta vida, que a su edad es tan penosa. No está bien que ande tras el moro como la soga tras el caldero. ¿Por qué no entra en la Misericordia? Ya se lo he dicho a D. Romualdo, y ha prometido interesarse...». Quedose atónita la buena mujer, y no supo qué contestar.

Igualmente interesadas Benina y Juliana en la buena o mala suerte del hijo de Algeciras, oyeron atentas lo que Antonio les refirió de las consecuencias funestísimas de la caída del jinete en el camino del Pardo. Cuando le vieron en tierra, despedido por el jaco, pensaron todos que en aquel crítico instante había terminado la existencia mortal del pobre caballero.

Estos eran su amor, y la casa, todo lo material de ella, la encariñaba y atraía. Menudearon las visitas. ¡Ay! la Benina no se encontraba a gusto en la casa donde a la sazón servía. En fin, que ya la tenemos otra vez en la domesticidad de Doña Francisca; y tan contenta ella, y satisfecha la señora, y los pequeñuelos locos de alegría.

Cerraron bien la puerta, para que nadie pudiera fisgonear desde el pasillo. Si alguien lo hiciera, no habría oído más que un abrir y cerrar de los cajones de la cómoda, un cuchicheo de Benina, y roncas gárgaras de la otra.

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