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Algo dijo el ciego en su extraña lengua que Benina tradujo por la palabra «imposible», y lanzando un suspiro profundo, al cual contestó Almudena con otro no menos hondo y lastimero, quedose un rato en meditación dolorosa, mirando al suelo y después al cielo y a la estatua de Mendizábal, aquel verdinegro señor de bronce que ella no sabía quién era ni por qué le habían puesto allí.

Desde que vio entrar a la Providencia, en figura de Benina, sintiose la niña calmada de su ansiedad y sobresalto, y el caballero también respiró por el propio motivo feliz, y se le alegraron las pajarillas viendo conjurado, por aquel día, un grave conflicto de subsistencias.

Ahora conviene decir que la ausencia de la señá Benina y del ciego Almudena no era casual aquel día, por lo cual allá van las explicaciones de un suceso que merece mención en esta verídica historia.

La misma Obdulia abrió la puerta a Benina, diciéndole que la había sentido subir, y al punto se vio la buena mujer como asaltada de una pareja de gatos muy bonitos, que mayando la miraban, el rabo tieso, frotando su lomo contra ella. «Los pobres animalitos dijo la niña con más lástima de ellos que de misma , no se han desayunado todavía».

De todos modos, tal vestimenta se avenía mal con la pobreza de la esposa de Luquitas. «¿No ha venido anoche tu marido? le dijo Benina, sofocada de la penosa ascensión. No, hija, ni falta que me hace. Déjale en su café, y en sus casas de perdición, con las socias que le han sorbido el seso. ¿No te han traído nada de casa de tus suegros? Hoy no toca. Ya sabes que lo dejaron en un día y otro no.

Las adversidades se estrellaban ya en el corazón de Benina, como las vagas olas en el robusto cantil. Rompíanse con estruendo, se quebraban, se deshacían en blancas espumas, y nada más.

Pero algo más tenía que decirle: «Yo estoy en deuda con usted, Benina, pues dispuse que mi madre política, a quien gobierno con una hebra de seda, le señalaría a usted dos reales diarios... Como no nos hemos visto por ninguna parte, no he podido cumplir con usted; pero me pesan, me pesan en la conciencia los dos reales diarios, y aquí se los traigo en quince pesetas, que hacen el mes completo, señá Benina.

Respondiendo al contento de la anciana, Almudena, con cara de regocijo y triunfo, le mostró entre los dedos una peseta. «Encuentrarla aquí, en el piecho de esta... Cogerla tigo. ¡Oh, qué suerte! ¿Y no tendrá más? Busca bien, hijo. No tenier más. Mi regolver cosas piecho». Benina sacudía las ropas de la borracha esperando ver saltar una moneda.

Alto, guapo... Ni viejo, ni joven. Así es afirmó Benina, asombrada de la coincidencia . ¿Pero no dejó tarjeta? No, porque se le había olvidado la cartera. ¿Y preguntó por ? No. Sólo dijo que deseaba verme para un asunto de sumo interés. En ese caso, volverá. No muy pronto. Dijo que esta tarde tenía que irse a Guadalajara. habrás oído hablar de ese viaje.