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Actualizado: 10 de julio de 2025


Día por día replicó el anciano con orgullo, moviendo más la cabeza . Y puedo decirle a usted, si quiere saberlo, lo que he dado en tres meses, en seis, en un año. No, no se moleste, señor indicó Benina, sintiendo otra vez ganas de darle un papirotazo . Llevaré el libro, si usted quiere. La señora se lo agradece mucho, y yo también. Pero no tenemos pluma ni lápiz para un remedio.

Con esfuerzos sobrehumanos, empleando la actividad corpórea, la atención intensa y la inteligente travesura, Benina le daba de comer lo mejor posible, a veces muy bien, con delicadezas refinadas. Un profundo sentimiento de caridad la movía, y además el ardiente cariño que a la triste señora profesaba, como para compensarla, a su manera, de tantas desdichas y amarguras.

Puede que yo lo sepa sin necesidad de que usted me lo diga. Eso usted verá... Si no quiere ir por casa... Iré. Pues, señá Benina, hasta mañana. Señora Juliana, servidora de usted». Bajó de prisa los gastados escalones, ansiosa de verse pronto en la calle.

Ahora te ha dado por proteger a ese Tenorio fiambre, y le quieres más que a , y a él le atiendes y a no, y de él te da lástima, y a , que tanto te quiero, que me parta un rayo». Rompió a llorar la señora, y Benina que ya sentía ganas de contestar a tanta impertinencia dándole azotes como a un niño mañoso, al ver las lágrimas se compadeció.

Al oír doce duros, Benina abrió cada ojo como la puerta de una casa. ¡Cristo, lo que ella haría con doce duros! Ya estaba viendo el descanso de muchos días, atender a tantas necesidades, tapar algunas bocas, vivir, respirar, dando de mano al petitorio humillante, y al suplicio de la busca por medios tan fatigosos.

No sabía ya Benina a qué santo encomendarse: con la limosna de la jornada no tenía ni para empezar, porque érale forzoso pagar algunas deudillas en los establecimientos de la calle de la Ruda, a fin de sostener el crédito y poder trampear unos días más.

No había acabado el marroquí su oriental leyenda, cuando Benina vio entrar en el café a una mujer vestida de negro. «Ahí tienes a esa fandangona, tu compañera de casa. ¿Pedra? Maldita ella. Sacudir ella yo esta mañana. Venir, siguro, con la Diega... , con una viejecica, muy chica y muy flaca, que debe de ser más borracha que los mosquitos. Las dos se van al mostrador, y piden dos tintas.

Traspasada de pena Benina al oír la referencia de tanto infortunio, cuya sinceridad no podía poner en duda, dijo al anciano que la llevara a donde estaba la niña enferma, y pronto fue conducida a un cuarto lóbrego, en la planta baja de la casa grande de corredor, donde juntos vivían, por el pago de tres pesetas al mes, media docena de pordioseros con sus respectivas proles.

Por amor de Benina, más que por el de su madre, se prestaban a tomar las medicinas, a callar y estarse quietecitos, a sudar sin ganas, y a no comer antes de tiempo: todo lo cual no impidió que entre ama y criada surgiesen cuestiones y desavenencias, que trajeron una segunda despedida.

Resistiéndose a admitir la oferta, planteó Benina la cuestión de conjurar al Rey de baixo terra, mostrando una confianza y fe que fácilmente se explican por la grande necesidad en que estaba. Lo desconocido y misterioso busca sus prosélitos en el reino de la desesperación, habitado por las almas que en ninguna parte hallan consuelo. «Ahora mismo dijo la pobre mujer , quiero comprar las cosas.

Palabra del Dia

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