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Actualizado: 9 de julio de 2025


Allí bebí el peor vino de Valdepeñas que encontrara en España, «En casa del herrero azada de palo». Con excepcion de las grandes ciudades, donde en algunos hoteles ó fondas se sirve con gusto, España es un país donde la mesa es una cuestion de cantidad mas bien que de calidad.

Sobre todo, no olvide usted el cabello rubio. Y una vez cumplida esta delicada misión a medida de sus deseos de usted, se dignó usted hacerme dar en la cocina un vaso de vino, que me bebí religiosamente a su salud. ¡En la cocina!... ¡Qué mal trató usted a mi pobre hermano, señorita! Si el vino era bueno, menos mal dijo el cura saboreando su Chateau-Lafitte.

Estaba afligido, y me acordaba de ti. Puse lo menos cien papeletas, y después sentí en una sed muy rara, sed espiritual que no se aplaca en fuentes de agua. Me fui hacia el frasco del clorhidrato de morfina y me lo bebí todo.

Bebí un gran vaso de un vino rubio, claro, que cayó gorgoteando dentro de mi estómago vacío. «De esta manera no voy a llegar nunca al grado de ternura que quiero», me dije, buscando inútilmente el Jerez con los ojos. Entonces me sacudí: Come, pues, alguna cosa le dije. Y me sentí en la gloria por haber pronunciado esa frase. Ella se inclinó y se introdujo la cuchara en la boca...

A pesar de hallarnos en una de las noches más calurosas de agosto, sentí la frente cubierta de un sudor frío y vacilé como un beodo. Necesité apoyarme en la pared un instante. Luego, por un esfuerzo, mejor dicho, un sentimiento de amor propio, seguí resueltamente mi camino. Anduve a paso largo no cuánto tiempo por entre calles; no recuerdo cuáles. Sólo tengo una idea de que estuve en el muelle y que me apeteció arrojarme al agua. Entré en un café y me bebí unas cuantas copas de coñac. En lugar de contribuir a turbarme, el licor sirvió para despejarme y aclarar mis ideas. Al menos, esto me pareció entonces. Contemplé con decisión el suceso y reconocí al instante que había tenido la desgracia de caer en manos de una redomadísima coqueta. El lance no era nuevo. Esto mismo había pasado a muchos millares de hombres antes y pasaría después. Confieso que me acometió un vivo sentimiento de venganza, no por el acto en , sino por la forma grosera y humillante en que había sido llevado a cabo. De ella no podía tomarla, al menos por entonces. Pero de él, .

Era un señor de mediana edad, con patillas que le llegaban hasta la nariz, de continente grave, y que parecía prestar gran atención. El diálogo político entre Solón y González Bravo gustó menos, y en vez de durar quince minutos, no duró más que ocho, casi la mitad de lo calculado. Sin embargo, bebí un vaso de agua azucarada.

Un castillo fingía perspectiva lejana: de rubíes y oro le forjé en mis ensueños; pero sus muros eran de arcilla... Una mañana se derrumbó el dorado castillo de mis sueños. El corazón, roído por un pesar muy hondo, se abandonó al miraje de una quimera loca; bebí, para curarme, de su copa sin fondo y su embriaguez me ha puesto amargor en la boca. Hundido en las tinieblas, muero calladamente.

El agua fría, mi hijita querida, son los desengaños y los pesares, y rogaré día a día, ardientemente, para que sean alejados de tu senda. Asaltábame el llanto oyendo hablar así al cura, y bebí un gran vaso de agua para calmar mi emoción. Antes de dejaros, debo preveniros que creo que tengo un gusto muy marcado por la coquetería.

El mundo es grande, y, sabiendo trabajar, se vive siempre. Venga usted conmigo. Le seguí, y me condujo a una posada de marineros de la calle de la Souris, calle estrecha, infecta, sombría. Bajamos unas escaleras, hablamos y bebimos. Sin duda, yo bebí demasiado.

Luego que me hube aferrado bien a esta idea, bebí otra copa de un trago, me levanté y salí decidido a entendérmelas con aquel guapo. Mientras caminaba a paso largo hacia la calle de Argote de Molina, discurrí que acometerle de improviso a bofetadas era indigno. Además, una cachetina no era lo que yo apetecía. En aquellos momentos me sentía inclinado a lo trágico.

Palabra del Dia

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