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Actualizado: 18 de noviembre de 2025


Esta dificultad le abatió por unos instantes. Ambos se ocuparon en arbitrar algún medio para eludirla. El conde quería dejarlos en fideicomiso a alguna persona de confianza. Pero esto ofrecía también sus inconvenientes. Mejor sería ir colocando dinero a su nombre en algún banco, y al llegar a la mayor edad, fingir una herencia, inventar algún padre llovido del cielo...

Había paladeado en las tribunas del Congreso tardes de orgullo y de gloria, pensando que aquel señor que desde el banco azul hacía resonar la cúpula con su voz grave y movía los brazos con tanta elegancia, era el autor de su existencia.

Daba el ventanillo a la plaza de la fuente, en donde el día anterior se había encontrado con el extranjero. Saltó al suelo y se sentó en el banco. La reja, era alta, pequeña, con tres barrotes sin travesaño.

A las tres de la tarde, reconocieren que el agua habia bajado seis brazas, y que estaban expuestos á quedarse en seco, por estar la marea en su mayor fuerza, y á su lado se iban descubriendo bancos de arena y escollos por tanto al punto se levaron para ponerse en franquía; mas apenas habian largado el trinquete y velacho, cuando descubrieron un banco que les cerraba totalmente la salida.

Visitó el bosque de tilos donde por primera vez se dijeron que se amaban y los recuerdos de este primer amor le parecieron llenos de encantos, pero desnudos de toda doliente impresión. Sentose entonces bajo el pabellón de lilas, en aquel banco fatal donde había dado a Magdalena el mortal beso.

Los dependientes que estaban haciendo el recuento y balance, metían en las arcas de hierro los cartuchos de oro y los paquetes de billetes de Banco, sujetos con un elástico. Otro contaba sobre una mesa pesetas gastadas y las cogía después con una pala como si fueran lentejas.

Sea lo que sea, ahí se hallaban ella y él, entregados uno al otro; habíanse sentado sobre un viejo banco rústico rodeado de árboles, frente a la estatua derrumbada. En vísperas de alejarse, el oficial de cazadores era más exigente, y ella más débil.

Pasamos días muy angustiosos, ateridos de frío, y estuvimos a punto de chocar con un enorme banco de hielo que venía flotando, al que tomamos al principio, entre la niebla, por un barco con las velas desplegadas. Descansamos al llegar a las islas Malvinas, en la Bahía de la Soledad.

Con los libros a la vista, expuso el verdadero estado de la casa: deudas que no podían pagarse y créditos que no se cobrarían nunca: la caja vacía, y en el Banco escaso depósito para hacer frente a las necesidades más apremiantes. ¿Y quién tiene la culpa de todo esto? exclamó Jacinto; usted es el que lo maneja todo, el que hace y deshace, el administrador y el tesorero de la casa.

Muy bien, señor Ojeda murmuró irónicamente ; se está usted portando como un caballero. Y dejándose caer en un banco, añadió con rabia: ¡Eres un canalla; un canalla que merece la muerte!

Palabra del Dia

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