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Parece deducirse de estas noticias que al emprender las carabelas de Palos su viaje, la artillería no era numerosa en los bajeles, y las confirma una cédula de los Reyes Católicos, del año 1505, mandando entregar 10 lombardas, las dos grandes y las ocho pequeñas para la carraca de Iñigo de Artieta, general de la Armada de Vizcaya que estuvo en Cádiz al emprender Colón la descubierta, por si necesario fuera protegerla.

Las que salieron a la mar, a obra de dos millas descubrieron un bajel, que con la vista le marcaron por de hasta catorce o quince bancos, y así era la verdad; el cual bajel, cuando descubrió las galeras, se puso en caza, con intención y esperanza de escaparse por su ligereza; pero avínole mal, porque la galera capitana era de los más ligeros bajeles que en la mar navegaban, y así le fue entrando, que claramente los del bergantín conocieron que no podían escaparse; y así, el arráez quisiera que dejaran los remos y se entregaran, por no irritar a enojo al capitán que nuestras galeras regía.

No hay seguridad tampoco de cuántos fueron éstos: D. Fernando Colón y el P. Las Casas fijan en 90 hombres la gente de los tres bajeles; Oviedo la eleva á 120; Pedro Mártir de Angleria la pasa de 200; Fr. Antonio de Aspa apunta erróneamente que iban más navíos y más marineros de lo que se supone.

Alma de esta liga era un marino audaz y experto, llamado Aga Mahamud, el cual tenía gran crédito y alto nombre, y había llegado a reunir bajo su mando una poderosa flota de más de cincuenta ligeras y bien artilladas fustas, sin contar varias galeras, almadías, zambucos y otros pequeños bajeles, cuyos tripulantes, aunque de diversas razas, lenguas y creencias, eran todos gente desalmada y fiera, avezada a la mar, sufrida en los trabajos y despreciadora de los peligros.

Poco faltaba para llegar el día, cuando los bajeles, cargados con la presa, se hicieron al mar, alzando regocijados lilíes, y tocando infinitos atabales y dulzainas, y en esto vieron venir dos personas corriendo hacia la iglesia, la una de la parte de la marina, y la otra de la de tierra, que, llegando cerca, conoció el jadraque que la una era su sobrina Rafala, que, con una cruz de caña en las manos, venía diciendo a voces: Cristiana, cristiana y libre, y libre por la gracia y misericordia de Dios!

Pasó la media noche, que la midió por las estrellas el cura; tendía los ojos por todo el mar que desde allí se parecía, y no había nube que con la luz de la luna se pareciese, que no pensase sino que fuesen los bajeles turquescos; y, aguijando a las campanas, comenzó a repicallas tan apriesa y tan recio, que todos aquellos valles y todas aquellas riberas retumbaban, a cuyo son los atajadores de aquellas marinas se juntaron y las corrieron todas; pero no aprovechó su diligencia para que los bajeles no llegasen a la ribera y echasen la gente en tierra.

El cura dijo: Muchos días ha, señores, que nos dan sobresalto con la venida de esos bajeles de Berbería; y aunque es costumbre suya hacer estas entradas, la tardanza de ésta me tenía ya algo descuidado. Entrad, hijos, que buena torre tenemos, y buenas y ferradas puertas la iglesia, que, si no es muy de propósito, no pueden ser derribadas ni abrasadas.

Gran parte de la armada infiel había sido apresada, y el resto huía proa al Levante. ¡Victoria, victoria! sonaba por todas partes. Ya no se oía el estruendo formidable de la artillería. El humo se elevaba lentamente, y se disipaba en los aires. Doscientos veinticuatro bajeles perdieron los musulmanes.

La isla, abandonada a sus propias fuerzas, había tenido que hacer frente durante siglos y siglos a los piratas normandos, a los navegantes árabes, a las galeras de Castilla, enemiga de los estados aragoneses, a los barcos de las repúblicas italianas, a los bajeles turcos, tunecinos y argelinos, y a los corsarios ingleses en tiempos más recientes.

Durante el siglo XV no parece que llevaron los bajeles más de una cámara alta en la popa, que ocupaba el almirante ó capitán, y no á descanso, pues según las máximas de D. Juan Escalante de Mendoza , «no han de fiar estas personas de nadie porque no se cumpla el refrán que dice duelo ajeno de pelo cuelga; así que han de velar siempre de noche, y lo que hubieren de dormir sea de día y poco».