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Actualizado: 4 de junio de 2025


Entonces se yergue gallardo como un león; alza la cabeza; pone las dos patas delanteras en el aire; las observa atento; se vuelve rápido cuando ellas se vuelven... La Naturaleza es maravillosa; estos saltadores diriase que son felinos diminutos. Ron es audaz y feroz. Azorín ha soltado en la caja un moscardón fuerte y voluminoso.

Cuando entre en ella y cierre tras la puerta y se vea otra vez solo, lanzará un suspiro y pensará que hoy se le ha disipado una esperanza. Azorín ha recibido hoy una carta; la fecha decía: Petrel; la firma rezaba: Tu infortunado tío, Pascual Verdú. ¡Pascual Verdú! Azorín, de lo hondo de su memoria, ha visto surgir la figura de su tío Verdú.

Orsi tiene un monóculo. Este monóculo ha sido el origen de su amistad con Azorín. Un hombre que gasta monóculo es, desde luego, digno de la consideración más profunda. Esta tarde Orsi recorría indolentemente las calles. De rato en rato Orsi se ponía su monóculo y se dignaba mirar a estos pobres hombres que viven en un pueblo.

Y Azorín escucha a través de su letargo este concierto de centenarias melodías, este concierto de melodías tan dulces, tan voluptuosas, que traen a su espíritu consoladoras olvidanzas. Entonces, cuando una débil claridad penetra por las rendijas de la ventana, se oye sobre la canal de latón, que pasa sobre ella, un traqueteo sonoro, ruido de saltos, carreras precipitadas, idas y venidas afanosas.

Era una en que salían unas mujeres que llevaban grandes carteras de ministro, y había otra que era reina... Yo estaba viendo la función muy tranquilo, cuando de pronto me vuelvo y veo a mi lado... ¿a quién dirán ustedes? A don Luis María Pastor. ¡Don Luis María Pastor en los Bufos! Azorín pregunta quién era don Luis María Pastor.

Pero sería terrible que la sacase en esta ocasión. Mejor es que le parezcan bien todas las escenas y hasta las tres obras enteras. , a Azorín le parecen excelentes las tres zarzuelas. ¿Usted pregunta el viejo no conoce a Sinesio Delgado? No, no conozco al señor Delgado. ¿Conocerá usted, por lo menos, a López Silva?

La casa de Azorín tiene una fachada pequeña, jaharrada de albo yeso, con dos ventanas diminutas. Desde la esquina se divisa abajo, al final de la calleja, el boscaje de un huerto, una palmera que arquea blanda sus ramas, una colina que se perfila sobre el azul luminoso del cielo.

Azorín, horrorizado a la sola idea de conocer a López Silva, se ha apresurado a protestar. ¡Oh, no no, tampoco! Entonces el viejo ha movido la cabeza como conformándose con su desgracia, y ha exclamado tristemente: ¡Todo sea por Dios! Este viejo ha venido esta mañana en el tren; esta noche regresará a su casa.

La uva ya está en su punto dice un tercero. Y es necesario añade otro cogerla antes de que una nube se nos adelante. Y todos, durante estas últimas palabras, han ido levantándose y se despiden hasta otro día. Hoy han tocado a la puerta: tan, tan. Azorín ha creído que era el viento. La idea de que llamen a su puerta le parece absurda. Pero que llamaban; han vuelto a tocar: tan, tan, tarán.

Los dos han encontrado natural el convite; pero yo no quién lo ha encontrado más natural, si Sarrió o Azorín.

Palabra del Dia

rigoleto

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