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Actualizado: 21 de junio de 2025
La señora de Aymaret trató de rehacer un poco su moral, ofreciéndole quedar hecha cargo de sus intereses, puesto que hacía tiempo que pensaba casar a Pedro, quien de su lado había encargado a ella, en quien tenía ilimitada confianza, que le designara persona de su agrado; así, pues, Elisa lo inclinaría hacia Ketty, cuidando, por supuesto, de dejar a salvo la dignidad y delicadeza de ésta.
»Si la suerte me hubiese a mí condenado y si tú me devolvieses mi palabra con la lealtad con que yo te devuelvo la tuya, te aseguro que ni un momento titubearía en aceptarla. Marqués de Pierrepont. Al señor Jacques Fabrice.» El pintor leyó una y otra vez, y aun volvió a leer con atención suma estas líneas, y, una vez al cabo de su contenido, se disponía a entregarla a la señora de Aymaret.
Constantemente preocupada de la situación penosa y precaria de su amiga Beatriz, recordaba ella que antes de los desastres de la familia de Sardonne, había demostrado aquella joven serias aficiones por la pintura a la acuarela, y la señora de Aymaret se dijo que Fabrice podría darle algunas lecciones durante su residencia en los Genets, alentando al mismo tiempo sus naturales disposiciones y dando así vida a sólidas aptitudes que podrían asegurar tal vez a la huérfana una existencia independiente en lo futuro.
Ocultó el rostro entre sus manos y rompió a llorar. Para la señora de Aymaret, que hasta este instante mismo continuaba creyendo que Beatriz se había casado con Fabrice por un arrebato de amor, fue esta revelación tan nueva, tan imprevista, que en el primer momento no pudo responder a su amiga sino con vagas exclamaciones de admiración y lástima.
No fue en verdad, sin algún embarazo y aún con ligera angustia, que Beatriz fue al día siguiente a casa de la vizcondesa de Aymaret, a quien deseaba comunicar de viva voz su formal compromiso con Fabrice.
Como su amiga procurase afectuosamente vencer sus escrúpulos, Beatriz le replicó sonriendo tristemente... ¡Y además, tu marido me haría la corte! La señora de Aymaret, que conocía bien a su consorte y que lo sabía capaz de violar sin escrúpulo alguno las santas leyes de la hospitalidad, inclinó con dolor la cabeza y no insistió.
Después de algunas palabras indiferentes: Señor Pierrepont dijo la de Aymaret , ¿tendría usted la amabilidad de dejarme un momento a solas con Beatriz?... Pero, antes de que se vaya usted, ¿por cuál tren piensa regresar a París? Por el de las tres y veinte, probablemente. ¡Excelente!... ¡Es también, el mío!... Volveremos juntos si usted quiere. ¡Con mucho gusto, señora!
Autorizó, pues, a la señora de Aymaret para que indicase al marqués cómo ella, Beatriz, deseaba su matrimonio, pidiéndole únicamente a su amiga que en lo sucesivo nunca le hablase de Pedro, ni jamás le advirtiera, si debía partir, la época de su viaje. Antes te quería le dijo con sencillez la vizcondesa , ¡ahora te venero!
Fue sólo aquella noche cuando Pedro le preguntó si había leído el billete que de Elisa él le trajera, que Beatriz advirtió la turbación y el desconcertado continente del marqués. ¿Ha ido usted hoy a casa de la señora de Aymaret? le preguntó la señorita de Sardonne. Sí... y aun hemos tenido una conversación muy larga... y muy interesante. ¡Ah! exclamó aquélla , ¿y sobre qué? Acerca de usted misma.
No dejó la señora de Aymaret de parar su atención sobre este detalle, cayendo en la cuenta de que el sonrosado encantador semblante de la joven, parecía aún más encantador y más sonrosado cuando Pedro se dignaba dirigirle la palabra, pero para desdicha de la pobre Ketty nada presagiaba que el marqués tuviese la intención de pasar a mayores.
Palabra del Dia
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