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Actualizado: 21 de junio de 2025
¡Perdone usted! repuso la señora de Aymaret . ¿A mí se atreve usted a decirme eso? Bien sabe usted que a usted la exceptúo... Usted ha nacido virtuosa, es su complexión de usted, pero... es una complexión rara.
Allí pasaba cierto día Beatriz sus ensueños, y era una ardiente mañana de julio, a fines, cuando vio aparecer en el recodo del vecino sendero a la vizcondesa de Aymaret, que le dijo en festivo tono: ¡Estaba segura de encontrarte en la alameda de los suspiros!
La señora de Aymaret oyó a pesar suyo algunas de las palabras que en tenue voz cambiaban los interlocutores, y aun cuando en tal tono dichas, nada tenían, en verdad, ni de misteriosas ni de confidenciales... y, sin embargo, cuando se vieron en presencia de la vizcondesa sus rostros revelaron confusión.
¿Qué tienes... qué te ha dado? le preguntó la vizcondesa. ¡Estoy segura de que viene a vernos! ¡Qué disparate!... ¿Estás loca? ¡Ya lo verás! Tres o cuatro minutos después tocaron ligeramente la puerta del palco. La señora de Aymaret se levantó a abrir y Pierrepont entró. Saludó cortésmente pero con frialdad, y echó a su alrededor una mirada como extrañando encontrar solas a las dos damas.
Después de haber consentido y mimado de todas maneras durante el invierno a su ingrato ídolo, le tomó para el verano una linda quinta entre Meudon y Bellevue, cuya quinta tenía, entre otras ventajas, la de aproximarla a su amiga la señora de Aymaret, quien pasaba el estío de aquel año en Versalles.
El marqués la contemplaba con mirada incierta, aun dudando todavía, pero la confidencia que acababa de brotar del corazón y de los labios de la vizcondesa tenía tal sello de verdad, que por sí misma se imponía; así lo comprendió rápidamente el marqués, y tomando con efusión las manos de la de Aymaret, mientras se sentaba delante de ella abrumado y confuso: ¿Es posible?... le dijo . Sí, yo sé que nunca falta usted a la verdad... ¡Oh! que Dios le premie el bien que me ha hecho usted... ¡Oh! ¡cuan agradecido le estoy!... ¡No me da usted la dicha, ay!... pero al menos me devuelve carácter y honra.
Sí, pero sin distinción arguyó la niña, haciendo desdeñosa mueca . El otro... ese sí... el amigo Pedro... ¡ese sí que quisiera yo encontrármelo una noche en cualquier rincón del bosque! El encuentro sería un tanto peligroso objetó Eva. Donde no hay riesgo, no, hay deleite apoyó Marianita . Entre paréntesis, ninguna lástima tengo yo a mi prima la de Aymaret, que le ha dado su corazón... etc.
Y bien, amada mía prosiguió la señora de Aymaret estrechando las manos de la de Sardonne ; ¿no es eso mejor que el convento?
Pero la señora de Aymaret no pareció ni admirada ni enojada, porque desde el día que vio cómo Beatriz rechazara las proposiciones de Pierrepont, quedó convencida, por el lenguaje un tanto equívoco y las semi-confidencias de su amiga, de que ella tenía algún oculto amor, y a fuerza de reflexionar vino a dar en la flor de que entre todos los huéspedes de los Genets únicamente Jacques Fabrice, gracias a su talento y a su renombre, podía justificar la pasión de que Beatriz parecía dominada.
Pierrepont, que tal vez sin motivo no tenía muy alta opinión de las femeninas virtudes, alababa con calor las de la señora de Aymaret, de lo que la baronesa venía a deducir, con mundana lógica, que era su amante.
Palabra del Dia
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