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Actualizado: 21 de junio de 2025


Desde su vuelta, en sus frecuentes visitas a Bellevue, más de una vez se había encontrado la señora de Aymaret con Fabrice, y aunque éste no pudiese dudar que aquélla conociese el secreto de Beatriz, jamás se cruzó entre ellos ni la sombra de una alusión sobre este resbaladizo asunto, pero una mañana la vio entrar inopinadamente en su taller.

¡Gracias! ¡gracias! le dijo ésta . ¡Hacía dos meses que no lloraba! Y cuando se hubo calmado un poco: ¿Te lo ha dicho todo? Todo. Hizo que la vizcondesa se sentara. ¡Bueno!... ¿Y qué piensas ? ¡Yo ya ni pensar puedo! Piensa respondió la señora de Aymaret que es necesario tocar todos los resortes para salvar la vida de tu marido. ¡Eso es imposible... él no querrá! ¿Quién no querrá?

Conocía también ya que la señora de Aymaret tuvo aquella mañana y en hora inusitada cierta misteriosa entrevista con Beatriz; así, pues, relacionando estos tres incidentes y atando cabos, vino a caer en la cuenta de lo que pasaba, creyendo comprender que una parte de sus sospechas habíanse realizado, aunque sin poder discernir con claridad cuál había sido el resultado; era de entera evidencia para la señora de Montauron que su sobrino había dado un paso decisivo cerca de Beatriz... Pero, ¿con qué éxito?; lo ignoraba, y el averiguarlo era indispensable, por cuanto si el anonadamiento visible de su sobrino podía significar que había sufrido una negativa, pudiera argüir también que, hallándose al cabo por obra de Beatriz de la oposición y amenazas de su tía, meditaba el marqués sobre esos textos.

Además, se deslizaba en silencio bajo arcos de verdura apenas interrumpidos lo bastante para que el sol dejara pasar tal cual dorado, tembloroso rayo. Después de un momento de silencio, Pierrepont interpeló bruscamente a su compañera en ese tono, medio serio, medio irónico, que era de uso entre ellos. ¡Señora de Aymaret! ¡Mi querido amigo! ¿Sabe usted que quieren casarme? ¡Es natural!

No tardó la vizcondesa en divisar al marqués, quien lentamente se paseaba en la convenida alameda, y como aquél reconociese a su vez a la de Aymaret, se aproximó en seguida, no sin que la consternada fisonomía de la joven dama hubiérale ya tácitamente revelado cuál fuese su definitiva sentencia. ¡Que no! se anticipó a decir a su confidente.

Hace algunos días hice un supremo esfuerzo de voluntad y volví a él... Allí me siento y bordo a su lado... él me deja hacer... me dirige una palabra de cuando en cuando... una palabra indiferente... ¡Oh, qué terrible cosa! El corazón de Beatriz se abrió de nuevo y lloró largo rato en silencio. Te preguntaba, hija mía repitió la señora de Aymaret , si está muy adelantada su obra.

Después de los cumplimientos de usanza, la señora de Aymaret, ruborizada por nada se ruborizaba esta mujer adorable , habló al pintor de su pretensión, que el artista acogió con la mejor voluntad.

Al volver, como siguiese la orilla del riachuelo, arrodillóse en sus márgenes, empapó en el agua el pañuelo y humedeció sus ojos abrasados por lágrimas de fuego: dos horas más tarde la señora de Aymaret entraba radiante de alegría en las habitaciones de la huérfana.

, señor, lo niego replicó Beatriz levantándose con dignidad . Elisa, permite que me sirva de tu cupé; volverá dentro de veinte minutos. Pasó altivamente delante de Pierrepont, abrió la puerta del palco y entró en el salón de enfrente poniéndose su abrigo de pieles. La señora de Aymaret había venido a ayudarla; diéronse la mano y Beatriz se fue.

Al día siguiente estaba en Glion, y dos después, la vizcondesa, cuyo marido hallábase restablecido, llegó a París trasladándose en seguida a Bellevue. Al verla entrar en su salón, la mujer del pintor lanzó un débil grito: «Elisa», y juntó sus manos dirigiéndole una mirada suplicante. La señora de Aymaret le abrió los brazos, arrojándose en ellos Beatriz con sollozos desgarradores.

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