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Después de tan satisfactoria conferencia, la señora de Aymaret volvió a su casa y se tendió en un sofá durmiéndose con sueño de justo. El día siguiente de estos sucesos era un lunes, y, por consecuencia, el de recepción en casa de Beatriz.

Cuando la señora de Aymaret los encontraba allí, observaba que él guardaba siempre, ante Beatriz la misma reservada actitud, pero veía que palidecían cuando se daban la mano, advirtiendo que comenzaba a surgir en sus pechos el huracán de la pasión; la vizcondesa se decía que si tal estado de cosas se prolongaba era suficiente la más leve combinación de la suerte, el incidente de por más trivial para desencadenar las olas de amor tanto tiempo acumuladas, agitadas y comprimidas en aquellos dos corazones.

El vizconde de Aymaret hubiera deseado, como otros tantos en el mundo, haber sido un hombre honrado, sobrio, arreglado de conducta y enemigo de la sota de copas, y si le gustaban las mujeres, el juego y el vino hasta, el escándalo y la degradación, era... que no podía remediarlo.

La señora de Aymaret escribió a Beatriz aquella misma noche en encubierta forma, a fin de darle detalles sobre su conferencia con Pierrepont.

Apenas de vuelta en el castillo, entregó Pedro a la huérfana, que se preparaba para la comida, la misiva de la señora de Aymaret; leyóla aquélla de prisa y no vio al pronto en su contenido nada de extraordinario, nada que pudiera distinguirla de esa correspondencia trivial que casi diariamente cruzaba con su amiga.

Vaya usted mañana a verme a las dos concluyó la señora de Aymaret . Tenemos que tratar una cuestión muy seria, el de la conducta a seguir respecto a Beatriz. Hasta mañana, pues, señora... y todavía una vez gracias mil... ¡Oh, gracias mil! Y ganó la puerta del corredor mientras que ella entraba en su palco.

Será para un placer dijo a la vizcondesa , dar consejos a la señorita de Sardonne, aunque ella haya abandonado un poco el estudio de la acuarela... ¿La señorita de Sardonne copiaba ya la naturaleza o únicamente la muestra? La señora de Aymaret, siempre ruborizada, no pudo asegurarle nada sobre aquel particular. ¿Y qué hora preferiría la señorita de Sardonne para sus lecciones?

La señora de Aymaret, a quien la joven americana inspiraba también decidida simpatía, solía acompañarla cuando su padre no podía hacerlo.

En los primeros tiempos inmediatos a la reconciliación de Pierrepont con Beatriz, tuvo la señora de Aymaret el gusto de ver que las recíprocas relaciones de aquéllos tomaban el carácter que ella les había asignado con atinada prudencia.

La señora de Aymaret, que era grande entusiasta por las artes, sentía viva admiración por los talentos de Jacques Fabrice. Poseía la vizcondesa algunas acuarelas que databan de los primeros tiempos del pintor, verdadero tesoro de cuya propiedad considerábase orgullosa.