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Actualizado: 21 de junio de 2025


Tres días después de la entrevista que celebrara con su tía y en la cual entrevista había a medias librado a aquélla su secreto, tal vez por inadvertencia, quizás con intención, presentóse Pedro a mediodía en casa, de la vizcondesa de Aymaret.

Miss Nicholson había sido informada por la señora de Aymaret del viaje del marqués, pero con tantas reticencias que la joven americana no hubiera podido admirarse de una decepción; mas, ¿cómo justificar ante la vizcondesa aquella traición a la palabra dada, traición que despertaría necesariamente en la perspicaz señora sospechas fundadísimas?

El convite tiene un carácter especial; se trata de una reunión de caza a que debe asistir un personaje de sangre real que se ha dignado designarme entre las personas que desearía lo acompañaran; me propongo, pues, partir mañana. ¡Es lo mejor! asintió, la señora de Aymaret.

¡Cómo! ¿aun cuando no entraras en el convento rehusarías su mano? ¡Ah! exclamó la vizcondesa , ¡aquí hay gato encerrado!... ¡ amas a otro! ¡ amas a otro! repitió la señora de Aymaret sin sospechar qué torturas imponía a su amiga. Tal vez murmuró Beatriz. ¿No hay esperanzas, pues? Beatriz respondió melancólicamente por un negativo signo de cabeza. ¿No puedo saber quién es?

Y le entregó con la mano temblorosa la última carta que había recibido de Pierrepont acompañada del periódico americano en que se daba cuenta de su matrimonio. Después de haber leído el pintor estos dos documentos, los devolvió fríamente a la señora de Aymaret. Gracias le dijo el pintor con seca cortesía.

Entonces la señora de Aymaret, tomando un tono confidencial, le hizo entender que ella tuvo necesidad de hacer un análogo, hacía algunos años, y que le constaba ser difícil, mas no imposible, llevarlo a cabo... ¡Y confesarás, amada mía, que yo hubiese tenido más excusas que ! ¿Y de qué medio te has valido? interrogó Beatriz, a quien esta misteriosa revelación le interesaba ¿Has dejado de verle?

En el entreacto Jacques, a quien un trabajo urgente llamaba a casa, se retiró, seguido del vizconde, que se fue al círculo a jugar su indispensable partida de bésigue. La señora de Aymaret debía acompañar a Beatriz a su domicilio al concluir el espectáculo.

Aquí llegaban de su conversación, cuando fueron interrumpidas por Marcelita, que entró en la sala como un torbellino; presentó sus frescas mejillas a la señora de Aymaret, y volviéndose a Beatriz le preguntó toda sofocada: ¿Es verdad que papá se va? ¿Quién te ha dicho eso? Enriqueta, a quien le ha prevenido que le haga su equipaje.

Me ha encargado ponerla en relaciones con el cura de San *, que es, al mismo tiempo, superior del Carmelo. ¿A quién?... eso es muy improbable. Pues entonces, ya es algo añadió Pierrepont , que su alma se encuentre libre. ¡Sin duda alguna, amigo mío! corroboró la de Aymaret , y ahora, me parece que debería usted alejarse de ella un poco de tiempo. Es lo que pienso hacer.

Miembro del mismo club que de Aymaret, había visto más de una vez a su consorte, en los comienzos de su matrimonio, venir a buscarlo en la mañana enrojecidos los ojos por las lágrimas y el insomnio.

Palabra del Dia

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