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Se obstinó en guardar silencio hasta su casa, donde su amigo y maestro le dejó al fin llena la cabeza de lúgubres presentimientos y más triste que la noche. #Comida y tresillo en casa de Osorio.# Al día siguiente de haber subido a casa de Raimundo, Clementina estaba más avergonzada y pesarosa de haberlo hecho que en el momento de bajar la escalera.

De aquí el grande embarazo en que se vieron doña Luz y su amante apenas se dijeron que se querían. Doña Luz, sobre todo, no sabía qué hacer. Se sentía avergonzada de lo que había dicho, quería huir de las miradas de aquel hombre, y no se resolvía a huir, temerosa de que su fuga pareciese artificio o ridícula puerilidad impropia de una mujer de veintiocho años.

De pronto se echó hacia atrás, confusa y avergonzada... Un elegante jinete acababa de desembocar en la plaza, y al sorprender a la joven sonriendo a su ensueño, se detuvo y, maquinalmente, se quitó el sombrero. Julieta cerró vivamente la ventana y se apresuró a dedicarse a los cuidados de la casa.

Pasando á vuestro tercer estado, al en que os encontráis en este momento, os confieso que no os conozco: que os habéis transformado; que os ha sido vergüenza, y habéis criado pudor; cuando érais virgen os vi cortesana, y ahora que sois cortesana os veo virgen. Dorotea bajó la cabeza avergonzada por única contestación.

Ella tendría que venir a buscarle, como penitente, entre la oscura lobreguez de un templo, al triste y fatigoso resplandor de los amarillentos cirios; caería de rodillas a sus pies, y le hablaría avergonzada a través de tupida y mugrienta celosía, oculto el rostro con el espeso velo y acobardado el ánimo por el terror religioso.

¡Oh, yo leo muy poco!... Soy muy holgazana... Papá dice que me estorba lo negro repuso la niña con su ingenua sonrisa y un poco avergonzada. Después añadió: Mira , Ricardo, no es verdad completamente lo que dice papá.

Emilita, confusa y avergonzada, con las mejillas convertidas en dos brasas, se acercó vacilante al heroico capitán de Pontevedra, fértil en toda clase de astucias, y le rozó con el carmín de los labios la tierra amarillenta de sus mejillas.

Me parece que debe de estar en la habitación de la señora. Se encaminó hacia allá. A la puerta misma del cuarto de doña Gertrudis encontró a Marta, que salía de evacuar sin duda algún encargo de su madre. La niña, que aun llevaba el geranio rojo en el pelo, así que le vio dirigiole una sonrisa dulce, con señales de hallarse avergonzada. ¿Estás enfadada todavía, Martita? le preguntó en voz baja.

Al poner Paz el pie en el estribo se volvió de pronto para fijarse en el traje de una señora que pasaba, y notó que, a pocos pasos de ella, iba un hombre; Pepe. La niña vaciló un instante: su primer impulso fue llamarle, pero sintió en el rostro una oleada de calor y, avergonzada de su propia idea, tomó asiento junto a la vieja.

El Juez de Paz era un hombre muy brusco, pero viendo á Julî acaso se portase menos groseramente: aquí estaba la sabiduría del consejo. Con mucha gravedad oyó el señor Juez á hermana Balî, que era quien tomaba la palabra, no sin mirar de cuando en cuando á la joven que tenía los ojos bajos y estaba muy avergonzada.