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Hans Keller, al ver la sonrisa que caía como un rayo de sol sobre sus partituras, las cerró, dejándose arrastrar por el amor. La vida de Leonora con el maestro fue un rompimiento absoluto con el pasado. Quería amar y ser amada, que su vida se deslizase en el misterio y se avergonzaba de sus aventuras.

Además, al año siguiente iba a hacer su entrada en la vida activa. ¿No era natural, pues, que emplease a veces en sus relaciones con su hermano un tono paternal? No se avergonzaba, sin embargo, de tomar parte en sus juegos infantiles; a menudo hacía pacientemente el caballo, y se dejaba conducir a través de los patios y de los campos.

Guardaba silencio algunos momentos, pugnaba por decir algo, movíanse sus labios, pero en vez de articular lo que quería, expresaban otra cosa distinta, algo trivial y ridículo que le avergonzaba en cuanto salía de ellos. Fernanda le observaba con atención, ganando la serenidad y la calma que él perdía rápidamente.

De pronto, la guerra. ¿Quién podía imaginársela un mes antes?... Y su hijo se avergonzaba de no correr como todos los hombres á las estaciones de ferrocarril para incorporarse á un regimiento. Una mañana la había aterrado con la noticia de su enganche como voluntario. ¿Qué podía hacer ella? Legalmente, no era su madre.

Mina cantaba a media voz, súbitamente ruborosa al pensar que Fernando estaba de pie detrás de ella, dejando caer su mirada sobre su nuca y sus espaldas. Se avergonzaba tal vez, con súbita coquetería, al verse mal trajeada y sin ningún adorno de tocador.

Angelina se quedó cabizbaja, como atormentada por un triste presentimiento, como temerosa de decir algo que la avergonzaba. ¡Habla!... ¡Contéstame!... La huérfana callaba, baja la frente, mientras abría con la punta de los dedos el apretado seno de una rosa pálida. Linilla... ¡no seas cruel!

Veremos la nieve cuajarse en las calles de arena y formar alfombra. ¡Qué placer hundir los pies en ella!... ¡Y los árboles! ¿cómo estarán los árboles? ¡Qué lindos!... A me encanta la nieve... ¿Te atreves a ir?... ¿A que no? Claro que Miguel no se atrevía y que deploraba en el alma aquel raro capricho; pero se avergonzaba de confesarlo.

Pero Flavia, que no se avergonzaba de su amor, radiantes los ojos y ruborizado el rostro, tendió su mano a Sarto. Nada dijo, pero a nadie que haya visto a una mujer en la exaltación producida por el amor, podía ocultársele lo que aquel ademán significaba.

Mientras don Juan escapaba cobardemente, falseando su carácter y sintiendo un desasosiego moral que le avergonzaba, Cristeta volvía del teatro a la fonda. Entró en el vestíbulo, se acercó al casillero donde estaban las palmatorias y las llaves, y vio junto a la de su cuarto una carta. Sin saber por que, le dio un vuelco el corazón.

Por eso, naturalmente, nos hemos atrasado tanto, y lo poco que se apaña se lo birla el casero. Ido, desde que se dijo aquello del billete perdido, no volvió a levantar los ojos de su trabajo. Aquel descuido que tuvo le avergonzaba como si hubiera sido un delito.