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Pero, con gozo, vino a convencerse de que el ambulario mozo se había sumido de nuevo en la aventura de su vida errante, sin dejar en el camino otra huella que la que deja un ave en el espacio con sus alas, o en el mar una onda con sus espumas.... Tampoco de Andrés había en Rucanto más que remotas nuevas en aquella temporada.

Mi alma, que el duelo despreciarlo sabe, no teme de la sátira las balas. ¡Bajo lluvia de plomo se irgue el ave porque cree en la fuerza de sus alas! ¡Héroe preclaro de la patria mía... resurge del abismo del olvido...! Ya te llama el clarín del nuevo día, pregonando tu nombre esclarecido...

¡Ave María purísima! compadeced al blasfemo dijeron los contrabandistas persignándose y estremeciéndose de horror. Muchos fervientes católicos hasta se buscaron sus cuchillos. El gitano, que no concebía la causa de este retraso, reiteró la señal con el cigarrillo encendido.

A fuerza de filípicas maternales corría una escoba por el piso, sazonaba el caldo, traía una herrada de agua; en seguida, con rapidez de ave, se evadía de la jaula y tornaba a su libre vagancia por calles y callejones. De tales instintos erráticos tendría no poca culpa la vida que forzosamente hizo la chiquilla mientras su madre asistió a la Fábrica.

Entretanto, Melchor cruzaba campos, llevado por su zaino, cavilando sobre la conducta de Lorenzo y Ricardo, que así se resistían a acompañarle en la tarea que iba a desempeñar. Cuando llegó a casa de Anastasio encontró a Ramona poniendo agua a las gallinas. ¡Don Melchor!... ¡Ave María!... ¡Qué sorpresa... y cuánto gusto!... ¿Cómo le va, Ramona?

Celinina tuvo por breve rato un alivio tan patente, que todos concibieron esperanzas, y lleno de alegría, dijo el padre: «Voy al punto á buscar esoPero como cae rápidamente un ave herida al remontar el vuelo á lo más alto, así cayó Celinina en las honduras de una fiebre muy intensa.

No había una flor en toda la inmensidad de la cuesta; mi fatiga siempre grande, mi carga siempre molesta, y los labios de mi musa no me daban la respuesta... Y mientras yo meditaba sobre la virgen cuartilla, penetró por mi ventana un ave de pesadilla; yo pedí que me cantara un canto de maravilla, y el ave mató la luz de la candela amarilla. Quedó sin nada en la mesa la cuartilla inmaculada.

El hombre recibió tal sorpresa que apenas podía hablar. Esto dio fuerza a las sospechas que sobre él recaían. También la dio el ser ave de paso en el pueblo, pues afirmaba que iba a Colmenar, y había hecho noche allí para arreglar por la mañana cierto asunto con un comerciante de la villa.

Salvador ignoraba que Carmen unía siempre a la idea de la muerte la aparición del ave fatídica; pero al notar el entristecimiento de su semblante, adivinador y cuidadoso, le dijo, como quien cuenta una infantil conseja: Ya no volverá la nétigua nunca a volar sobre tu jardín. Yo la maté, ¿no sabes?, con mi escopeta cazadora, desde el balcón de mi cuarto.

¡ que me acuerdo! repetía Diógenes con grande ahínco . Usted fue muy bueno para , y me quería, ¡oh, !, me quería mucho..., y me enseñó a rezar el Bendita sea tu pureza, y luego las tres Ave Marías... que decía usted alcanzaban de la Virgen misericordia...