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Actualizado: 3 de julio de 2025
Conozco la autoridad despótica que ese bribón ejerce sobre la desgraciada mujer. La fascina, la aturde, la espanta. Me la escamoteó en mis barbas, en San Francisco, con una destreza prodigiosa. Es hombre para encontrar un medio de alejarla y, después, ¡échala un galgo!
Ah, y no echarle encima demasiada ropa, ni dejar... que entre Visitación... que la aturde. ¡La ciencia prohíbe terminantemente que esa señora protectora de comadronas parteras meta aquí la pata!...
Solo de un modo podriais ser más desgraciados que los habitantes de esta Babilonia, que me aturde: teniéndoles envidia. =Dia sétimo=. Casa de Ciudad, arco del Triunfo, Obelisco. Mis queridos lectores, ayer os he hablado de las Casas Consistoriales y del arco del Triunfo, y os debo algunas palabras sobre ambos monumentos, representantes de célebres y poderosas tradiciones políticas de este país.
Dicen las historias que aquel rey glorioso tuvo muy regalados y agasajados en su corte, para mayor ostentación y brillo, a más de cuatrocientos poetas: cosa que aturde y pasma, sobre todo en el día, cuando críticos tan juiciosos e ilustrados como Clarín apenas conceden que tengamos en España dos y medio.
Pero olvidó Patroclo el encargo de Aquiles, de que no se llegase muy cerca de los muros. Apolo invencible lo espera al pie de los muros, se le sube al carro, lo aturde de un golpe en la cabeza, echa al suelo el casco de Aquiles, que no había tocado el suelo jamás, le rompe la lanza a Patroclo, y le abre el coselete, para que lo hiera Héctor. Cayó Patroclo, y los caballos divinos lloraron.
«¡Qué hay! ¡qué hay! eso pronto se pregunta»; don Robustiano no sabía lo que iba a hacer, pero parecía algo gordo por las señas; esto pensó, pero dijo: Hay... que andar en un pie, tener mucho cuidado, no dejarla en poder de criadas, ni de Visitación, que la aturde con su cháchara...; eso hay. Pero ¿es cosa grave, es cosa grave? Ps... es y no es.
La Marsellesa atruena el aire. ¡Adiós, mi pasión por ese canto de guerra palpitante de entusiasmo, símbolo de la más profunda sacudida del rebaño humano! ¡Me persigue, me aturde, me penetra, me desespera! Tomo la primer calle lateral y marcho durante diez minutos con rapidez. El ruido se va alejando, la calma vuelve, hay un calor sofocante, pero respiro libremente bajo el silencio.
Estamos aún a un centenar de varas de la caída, y las espumas nos azotan el rostro, mientras el ruido nos aturde. El guía nos habla a gritos, pero yo me limitaba a aferrarme firmemente a su mano.
Y se llena la trompa muchas veces, y la vacía sobre la herida, la echa con fuerza que lo aturde, sobre el cazador. Ya va a entrar más a lo hondo el elefante. El cazador le dispara las cinco balas de su revólver en el vientre, y corre, por si se puede salvar, a un árbol cercano, mientras el elefante, con la trompa colgando, sale a la orilla, y se derrumba. Los dos ruiseñores
Sobre toda esta vegetación que agotaría la paleta fantástica en combinaciones y riqueza de colorido, revoloteaban enjambres de mariposas doradas, esmaltados picaflores, millones de loros color de esmeralda, urracas azules y tucanes anaranjados. El estrépito de esas aves vocingleras os aturde todo el día, cual si fuera el ruido de una canora catarata.
Palabra del Dia
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