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Yo mismo conduje a la cocina a don Pedro Nolasco, que se dejaba traer y llevar como un niño atolondrado, y le senté en el sillón de mi tío, dejándole al cuidado de Tona y de Chisco, que andaba por allí entonces, con encargo de que le entretuvieran y animaran... y le dieran de comer cuanto pidiera, si lo pedía. Yo volvería por allí muy a menudo, y las señoras lo harían también de vez en cuando.

Los gastos son enormes, los deudores numerosos, y las operaciones que se malogran, por falta de confianza o de oportunidad, incalculables. ¡Ese Jacintito! Nunca fué un socio de consejo, y pronto dejará de ser un socio de dinero, porque el capital está ya comprometido; cada jugada de Bolsa del atolondrado joven es un golpe de azada para la casa, que descubre ya sus poco seguros cimientos.

Al principio era delicioso hablando conmigo: aunque en la mirada inteligente se le conocía que no ignoraba dónde estaba la salida de su apuro, siempre salía por lo peor y lo más desairado. Tan atolondrado se ponía. ¡Y qué manera tan deliciosa tenía a veces de enmendar lo que él llamaba sus gansadas!

El grande hombre vaciló un momento, atolondrado por la onda de carne femenil que caía sobre él, por el perfume incitante que le envolvía, por los labios suaves que buscaban los suyos, enredando la barba en los dientes de láctea blancura. Pero fué la debilidad de un instante, que pasó como una ráfaga.

Estando en esto, y yo con lo bebido atolondrado, entraron cuatro de ellos con cuatro zapatos de gotosos por caras, andando a lo columpio, no cubiertos con las capas, sino fajados por los lomos, los sombreros empinados sobre las frentes, altas las faldillas de delante, que parecían diademas, un par de herrerías enteras por guarniciones de dagas y espadas, las conteras en conversación con el calcañar derecho, los ojos derribados, la vista fuerte, bigotes buídos a lo cuerno y barbas turcas, como caballos.

De repente, sus cabellos se pusieron blancos como la nieve, su rostro se cubrió de arrugas, y sus espaldas se encorvaron como las de un hombre decrépito. Después le faltó el aliento. Y al fin cayó muerto en la playa. ¡Pobre Urashima! Murió por atolondrado y desobediente. Si hubiera hecho lo que le mandó la Princesa, hubiese vivido aún más de mil años.

En el ruido de las aguas al tragarse a Juanillo creyó oír éste un grito, palabras algo confusas; tal vez el viejo timonel que gritaba: «¡Hombre al aguaBajó mucho, ¡mucho! atolondrado por el golpe, por lo inesperado de la caída; pero antes de darse cuenta exacta de ello viose otra vez en la superficie del mar braceando, absorbiendo con furia el fresco viento... ¿Y la barca? No la vio ya.

Mi madre me inculcó la idea de que mi posición me obligaba a ser más rígido que los demás. Yo, en el fondo, era un muchacho atolondrado, de buen corazón, aunque un tanto violento. Muy joven comencé a navegar, y en el barco tuve que ir olvidando cuantas enseñanzas me dio mi madre. Mi vida, en los primeros años de navegación, fué muy intensa.

Retumbaban todavía en mis oídos las pisadas y le floriture del atolondrado, cuando se abre violentamente la puerta, y la señora de H *, y en persona, con los ojos encendidos y toda fuera de , se precipita en la habitación. ¡Don Fernando! A su voz salió uno de los prestamistas, caballero de no mala figura y de muy galantes modales. ¡Señora! ¿Me ha enviado usted esta esquela?

Llegado el viajero á la capital, tal vez con escaso conocimiento de la lengua, y quizas con ninguno, habrá andado atolondrado y confuso algunos dias, en el laberinto de calles y plazas, desplegando á menudo el plano de la ciudad, preguntando á cada esquina, y saliendo del paso del mejor modo posible, para encontrar la oficina de pasaportes, la casa de la embajada, y los sugetos para quienes lleva carta de recomendacion.