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Actualizado: 4 de junio de 2025


Hacía varios años que Pep había satisfecho su deuda, y sin embargo, aquellas buenas gentes seguían llamándole amo, y al verle ahora sentían la impresión del que se halla en presencia de un ser superior. Pep Arabi fue presentando a su familia. La atlota era la mayor, y se llamaba Margalida: una verdadera mujer, aunque sólo tenía diez y siete años. El atlot, que era casi un hombre, contaba trece.

Algunas veces, cuando los pretendientes eran muchos y apremiaba el tiempo, la atlota hablaba con dos a la vez, haciendo esfuerzos de habilidad para no dar la preferencia a uno sobre otro... Así continuaban los cortejos hasta que ella manifestaba su preferencia por un atlot, sin tener en cuenta la voluntad de sus padres. En esta corta primavera de su vida, la mujer era reina.

¿Conocía don Jaime al Cantó, un atlot malucho del pecho, que no trabajaba y pasaba los días tendido a la sombra de los árboles, golpeando el tamboril y mascullando versos?... Era un blanco cordero, una gallina, con ojos y piel de mujer, incapaz de hacer frente a nadie. También éste pretendía a Margalida; pero el Capellanet juraba meterle el tamboril por el cogote antes que aceptarlo como cuñado...

Amaba a Margalida, a la gentil «Flor de almendro»; estaba convencido de su pasión, e iría donde ella le arrastrase. Su propósito era hacer en adelante lo que le ordenara su voluntad, sin escrúpulos ni prejuicios. Bastante tiempo había sido esclavo de ellos. No; ni reflexión ni arrepentimiento. Amaba a Margalida, y era uno de sus pretendientes, con el mismo derecho que cualquier atlot de la isla.

Conocía sus deberes. El ibicenco ha nacido para trabajar, vivir... y ser registrado. ¡Nobles inconvenientes de ser valeroso y que le tengan a uno cierto miedo!... Y cada atlot, viendo en el registro un testimonio de su mérito, levantaba los brazos y avanzaba el vientre, prestándose satisfecho al manoseo de los guardias, mientras miraba orgulloso hacia el grupo de las muchachas.

Le llamaban el Cantó, como a todos los que en la isla cantan versos nuevos en bailes y serenatas. Era un mozuelo alto, paliducho y estrecho de hombros, un atlot que aún no había llegado a los diez y ocho años. Al cantar, tosía y se hinchaba su frágil cuello, arrebolándosele el rostro, de una blancura transparente. Sus ojos eran grandes, ojos de mujer, con el lagrimal de color rosa muy saliente.

La noche había sido de emociones en Can Mallorquí. Pep había dado de palos a su hijo: lo quiso matar, ciego de ira, teniendo que interponerse entre los dos Margalida y su madre. La sonrisa del atlot había vuelto a reaparecer. Hablaba con orgullo de los palos que llevaba recibidos sin que le arrancasen un grito.

«¡Flor de almendro!...» Bonito nombre. Y animado por la aprobación del señor, el atlot siguió hablando. «Flor de almendro» era Margalida, la hija del siñó Pep de Can Mallorquí.

Todos miraban al cantor, no viendo en él al atlot, perezoso y enfermo, despreciable por su inutilidad para el trabajo. En el rudimentario magín de todos ellos latía algo confuso que les impulsaba a respetar las palabras y quejidos del mozo débil. Era algo extraordinario que parecía pasar con rudo batir de alas sobre sus almas primitivas.

Ya eres hombre declaraba solemnemente. Y le hacía entrega de un cuchillo de recia hoja. El atlot armado caballero perdía su encogimiento filial. En adelante se defendería él mismo, sin buscar la protección de su familia. Luego, al juntar algún dinero, completaba sus arreos paladinescos comprando un pistolete con adornos de plata a los herreros del país, que tenían su forja en el bosque.

Palabra del Dia

rigoleto

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