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Actualizado: 4 de junio de 2025
El día siguiente lo pasó por entero en el mar con el tío Ventolera. De vuelta a su vivienda encontró fría sobre la mesa la cena que le había traído el Capellanet. Unas cruces y el propio nombre de Febrer grabados en el muro a punta de acero le revelaron la visita del atlot. El seminarista no podía permanecer quieto teniendo un cuchillo al alcance de su mano.
Odiaba al verro; sentía como una vaga ofensa inferida a su persona al ver el terror que inspiraba a todos. ¿Y no habría quien le diese una bofetada a este fantasmón venido del presidio?... Un atlot avanzó hasta Margalida, tomándola la mano. Era el Cantó, sudoroso y trémulo aún por su reciente fatiga. Erguíase, como si su debilidad fuese una nueva fuerza.
Recordaba el atlot todo lo ocurrido después, con el orgullo del que ha gozado el honor de presenciar un suceso histórico. Habían llegado de la ciudad el juez con su bastón de borlas, el oficial de la Guardia civil y dos señores que llevaban papeles y tinteros, todos con escolta de tricornios y fusiles.
Pero esta virgen mostraba cierto bulto inquietante en el ruedo de su faja roja. Indudablemente era un cuchillo o un pistolete de los que fabrican los herreros de la isla; el compañero inseparable de todo atlot ibicenco.
Febrer acogió sonriendo estas palabras del muchacho. ¿Adonde había ido a refugiarse la poesía?... Luego le preguntó si trabajaba, y el atlot contestó negativamente. No querían sus padres: un médico de la ciudad le había visto un día de mercado, aconsejando a su familia que le evitase toda fatiga.
Sí; un adorno nada más... Pero sus ojos se obscurecieron con una duda cruel... Un adorno; pero si alguien le ofendía llevando tal compañero, ¿qué debe hacer un hombre?... ¡Pepet!... ¡Atlot! La voz de cristal sonó ahora al pie de la torre. Febrer esperaba oírla más cerca, ver aparecer la cabeza de Margalida y luego todo su cuerpo en el hueco de entrada.
Eran caseríos desparramados en muchos kilómetros, sin más núcleo que la iglesia y las casas del cura y el alcalde. La única población era la capital, la llamada en los antiguos documentos «Real Fuerza de Ibiza», con su barrio anexo de la Marina. Cuando un atlot llegaba a la pubertad, su padre lo llamaba a la cocina de la alquería en presencia de toda la familia.
¡Pepet!... ¡Atlot! Una voz femenina sonó a lo lejos, como un cristal, cortando el denso silencio de las primeras horas de la tarde, cargado de vibraciones de calor y de luz. Sonaba cada vez más fuerte, al repetirse, como si se aproximase a la torre.
Pronto dejaría de verle don Jaime. Antes de una semana iban a llevarle a Ibiza. Otros le subirían la comida a la torre... Febrer hizo un gesto revelador de su esperanza. ¡Tal vez Margalida, como en otros tiempos! Pero el Capellanet, a pesar de su tristeza, sonrió maliciosamente. No, Margalida no; todos menos ella. ¡Bueno estaba el siñó Pep para consentirlo! Cuando la pobre madre, para defender a su atlot, había hablado tímidamente de lo necesario que era el muchacho en la casa para servir al señor, Pep estalló en nuevas vociferaciones.
Palabra del Dia
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