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Actualizado: 31 de mayo de 2025


A los gritos del soldado acuden otros muchos, y Don Juan de Austria, Don Lope de Figueroa y otros capitanes españoles rodean al atrevido, que ha penetrado sólo en el campamento español para vengarse y matar al asesino de su amada; pero Tuzaní se abre paso con su espada, á pesar de la muchedumbre que lo rodea, y se pone en salvo en parajes inaccesibles de aquellas montañas.

Necesito demoler las torres del orgullo, abatir los alcázares del fanatismo, burlarme de la fatuidad de cien familias que cifran su orgullo en descender de un rey asesino, D. Enrique II, y de una reina liviana, doña Urraca de Castilla; apalear cien frailes, azotar cien dueñas, profanar la casa llena de pintarreados blasones, y hasta el mismo templo lleno de sepulcros, si la refugian en él.

Los más indulgentes le acreditaban sus tentativas de salvar a la asesino; pero los más severos, por el contrario, le acusaban aún de eso: al correr el riesgo de ser condenado con ella intentando salvarla,¿ no confirmaba él mismo, de la manera más evidente, que ambos eran pasibles de idéntica pena?

¡Con otra mujer! dijo ella, repitiendo la frase como una muletilla, a la cual no se saca sentido. Sus miradas vagaban por los dibujos de la colcha. , con otra mujer a quien conoces. El asesino le iba soltando a la víctima las palabras en dosis pequeñas, y la miraba observando el efecto que le causaban.

Llegamos á los desvanes; bajad la cabeza, hay cinco escalones. Poco después añadió el bufón: Abrid la linterna. Voy á llevaros á la cámara de la reina. Vamos, hermano, vamos, y que Dios nos tome en cuenta esta aventura gatuna, y el no haberla dado buena de esa infame adúltera y de ese rufián asesino.

Y aunque no parecía muy natural que la infeliz, contrariamente a lo que hacen todos los suicidas, hubiera escogido esa posición para ultimarse, la circunstancia de ser suyo el revólver y haberlo tenido oculto, excluía la suposición de que un asesino hubiera podido servirse de él.

Esperad, esperad, Montiño dijo el tío Manolillo ; aún falta algo á esa pera. ¡Por Dios! ¡Por su Santísima Madre! ¡Por todos los santos y santas del cielo! ¡No me obliguéis á ser asesino! exclamó el cocinero juntando las manos y llorando. Bien, no lo hagáis; todo se reduce á que desde aquí mismo os lleve yo á la cárcel.

Al hacerse de día, en mitad de la marcha, vio a su hijo, con cara de moribundo, manchado de sangre, con todo el aspecto de un asesino que huye. Le dolía contemplar a su Fermín en tal estado, pero el caso no era para desesperarse. Al fin, era un hombre, y los hombres matan muchas veces sin dejar de ser honrados.

Cada vez que leía en los periódicos sus hazañas en el mar del Norte, una oleada de indignación pasaba por su conciencia de hombre simple, franco y recto. Atacaban traidoramente escondidos en el agua, disimulando su ojo asesino y largo, semejante á las antenas visuales de los monstruos de la profundidad.

Pues bien dijo Montiño desesperado , no soy yo el asesino, sino vos, vos que me obligáis á elegir entre mi vida y la de otro; yo juro á Dios... Acabad, que lugar tendréis de jurar después. Pues bien, sea dijo el cocinero metiendo su mano derecha de una manera violenta y nerviosa en el bolsillo derecho de sus gregüescos : que Dios tenga piedad de la criatura que va á morir.

Palabra del Dia

vorsado

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