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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Cuando ya había terminado el sainete y se disponía el autor a retirarse con sus amigos, el inspector de policía vino a decirle que había hecho detener por sospechoso a un hombre de mal aspecto que se hallaba en el paraíso y que decía conocerle. ¿Mal aspecto? preguntó Tristán. Malísimo. ¿Unas barbas muy largas? ¿Cara de asesino? Sí, señor, sí se apresuró a decir el inspector.
Sabe muy bien el juez que si el hombre que pasa por su lado fuera el asesino á quien persigue desde mucho tiempo, deberia enviarle al suplicio; pero la dificultad está en que al ver al culpable no piensa en el asesino; y si pensara en él y sospechase que es el individuo que está presente, no puede condenarle por falta de pruebas.
Como que la boca era un poquitín más estrecha que la de la muerta. Después metió el cobre de las dos pesetas que había cambiado. No había tiempo que perder. Sentía pasos. ¿Subiría ya doña Lupe? No, no era ella; pero pronto vendría y era forzoso despachar. Aquellos cascos, ¿dónde los echaría? He aquí un problema que le puso los pelos de punta al asesino.
Oí también una vez al célebre trágico Edwin Booth, de la familia del asesino de Lincoln; más tarde tuve ocasión de seguir sus interpretaciones de Shakespeare en Berlín, donde trabajaba con una compañía que le daba la réplica en alemán.
¿Has descubierto al verdadero asesino de Lea Peralli? No lo he descubierto, por la sencilla razón de que Lea Peralli está viva. Los ojos de Jacobo se pusieron fijos como si los atrajera una visión lejana y horrorosa. Movió la cabeza y dijo: La vi bañada en sangre. ¡Estaba muerta! Y yo la he visto llena de fuerza y de salud. ¡Estaba bien viva!
Ana vio a la luz de la lámpara un rostro pálido, unos ojos que pinchaban como fuego, fijos, atónitos como los del Jesús del altar.... El Magistral extendió un brazo, dio un paso de asesino hacia la Regenta, que horrorizada retrocedió hasta tropezar con la tarima. Ana quiso gritar, pedir socorro y no pudo.
No pudiendo realizar sus propósitos comenzó a increparla. ¡Esto es una infamia! ¡Una vileza! ¡Es la acción de un asesino! Desde aquí debes ir a la cárcel, porque has cometido un delito. Los mozos, que habían acudido a los gritos, viendo tanta sangre y oyendo las palabras del conde, se dispersaron.
Su Alteza ha pensado en eso, y el asesino del Rey no tiene más que abrir la reja de hierro que encierra la ventana de la celda, reja cuyo marco gira sobre sus goznes. El hueco de la ventana está hoy obstruido por un enorme tubo, capaz de dar paso al cuerpo de un hombre, y cuyo extremo opuesto llega precisamente hasta la superficie del agua que llena el foso.
Cuando un pueblo es tan inmoral que cada uno de sus hijos necesita un espía para no ser asesino ó ladron, no hay fuerzas humanas que impidan que el individuo de aquella sociedad sea ladron ó asesino. El espía no puede hacer otra cosa que añadir á la suma un guarismo nuevo. El ciudadano criminal tendria necesidad de un cómplice: este cómplice seria su propio guardian, la policía, el espionaje.
Roberto Vérod había temblado durante el relato, de dolor, de horror, de compasión, de remordimiento impotente, de odio mal contenido. Al oír la última palabra dio un paso adelante, y alzando el puño gritó: ¡Asesino! El Príncipe sostuvo su mirada, y dijo: Pegue usted. Así permanecieron los dos, frente a frente, durante un tiempo que ni uno ni otro habría podido después apreciar.
Palabra del Dia
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