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Actualizado: 30 de junio de 2025
Pero de allí á poco el esposo, fué más afortunado que los golillas, y habiendo sabido el lugar donde don Bernardo de Beamonte se ocultaba, el día 28 de Marzo de 1633, fuése muy disimuladamente al convento, y habiendo conseguido llegar hasta la celda que servía de prisión al caballero, lo encontró descansando muy descuidado, y sin andarse con más palabras, le asesinó con un cuchillo.
Facundo Quiroga enlaza y eslabona todos los elementos de desorden que hasta antes de su aparición estaban agitándose aisladamente en cada provincia; él hace de la guerra local la guerra nacional argentina, y presenta triunfante, al fin de diez años de trabajos, de devastación y de combates, el resultado de que sólo supo aprovecharse el que lo asesinó.
El vacío infinito permanecería mudo, impasible, pues no devuelve nunca nada de lo que devora. Nunca, ni lágrimas ni súplicas, han podido tornar a la vida lo que ha muerto. No hay perdón, no hay remedio; tal es la ley cruel de la vida. Sí, aquello había muerto. El mismo había sido su asesino.
Una mañana supo que «monseñor» de Sibour había muerto asesinado... ¿Qué sintió entonces Sara? Ella lo declara, sin sospechar tal vez el alcance inmenso de su confesión. Sentí dice, que el asesino me había herido á mí también y despojado de algo precioso, pues «acababa de robarme mi pequeña gloria».
Era el mismo a quien vimos hace mucho tiempo, acaudillando la fiera cáfila que asesinó a martillazos al cura Vinuesa 21 en la cárcel de la calle de la Cabeza. Aquel tigre pequeño vivió mucho. Alcanzó los tiempos de Chico. En la taberna hacía falta un orador para electrizar el selecto concurso. Aquel orador fue Pelumbres, que hablaba mostrando el puño y frunciendo las cejas.
Usted ha trabajado, ha luchado con enérgica constancia... y como yo, tiene usted cuentas que arreglar con la sociedad; su hermanito fué asesinado, á su madre la han vuelto loca, y la sociedad no ha perseguido ni al asesino ni al verdugo. Usted y yo pertenecemos á los sedientos de justicia, y, en vez de destruirnos, debemos ayudarnos.
Feliciana cerraba los ojos, estremecida por el chaparrón de besos, vibrando su virgen sensibilidad con el apretón de los masculinos brazos, sintiéndose próxima a caer al suelo, como si las piernas temblorosas no pudiesen sostenerla, murmurando entre suspiros dulces: Basta... déjame... Que me matas: que grito... Asesino...
La muerte de aquel hombre divulgada en seguida por la ciudad; la policía echándome mano, la consternación de mi yerno, los desmayos de mi hija, los gritos de mi nietecita; luego la cárcel, el proceso arrastrándose perezosamente al través de los meses y acaso de los años; la dificultad de probar que había sido en defensa propia; la acusación del fiscal llamándome asesino, como siempre acaece en estos casos; la defensa de mi abogado alegando mis honrados antecedentes; luego la sentencia de la Sala absolviéndome quizá... quizá condenándome á presidio.
Pero yo soy un pobre asesino, incapacitado por mi profesión para matar a nadie, y por eso usted se permite abusar de mí. ¡Adiós, señor mío! Voy a revisar unas colecciones de periódicos a ver si algún artículo de un adversario suyo me inspira la intención de estrangularlo a usted. Hasta la vista. Y el extraño visitante se fue por donde había venido.
Hicieron la guerra á los vecinos, se pelearon entre ellos, y hasta hubo hermano que asesinó á su hermano... Los navegantes de Mónaco se dedicaron á corsarios, y su bandera sirvió á veces para dar personalidad á piratas de otros países... La alianza de los Grimaldi con España les permitió titularse príncipes. Hasta entonces sólo habían sido marqueses.
Palabra del Dia
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