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Y cuando Eva, hermana de la caridad improvisada, estaba curando al uno y felicitando al otro, el capitán dijo con bondad: Es más fácil ser un héroe que un asesino, ¿verdad, Ragasse? Desde entonces no tuvo auxiliar más adicto, ni miss Darling perro más fiel.

No dudó ni un instante de que el duque fuese el asesino. Arrojó el cadáver sobre la cama y corrió con toda su masa hacia el viejo. Le golpeó, le mordió las manos y buscó sus ojos para arrancárselos, pero el duque era insensible y no respondía a aquellas violencias más que por un grito uniforme que debía ser en lo sucesivo su único lenguaje.

Su bella fisonomía, que hemos visto tan pura y delicada, parecía cubierta con la máscara de Tisofona; expresaba esa mezcla de horror y alegría salvaje, que debió verse en la frente encantadora de María Estuardo, cuando oyó la explosión que la vengaba del asesino de Rizzio.

Costeó un muy decoroso entierro á su amigo, le compró sepultura en el cementerio, hizo cuanto le fué posible para lograr la captura del asesino, que se había fugado, y procuró que á la viuda y á sus hijos no les faltase nada. Tales testimonios de cariñosa amistad concluyeron de subyugar á Soledad.

Vences al cocodrilo en prudencia y al lince en perspicacia; pero, ¿cómo has sabido que Parsondes puede vivir aún, y que, si ha muerto, Nanar ha sido su asesino? ¿No han asegurado los magos que Parsondes está en el cielo? ¿No han descubierto los astrólogos en la bóveda azul una estrella, antes nunca vista, y no han reconocido en esa estrella el alma de Parsondes?

Cortés conoció las rivalidades de los indios, puso en mal a los que se tenían celos, fue separando de sus pueblos acobardados a los jefes, se ganó con regalos o aterró con amenazas a los débiles, encarceló o asesinó a los juiciosos y a los bravos; y los sacerdotes que vinieron de España después de los soldados echaron abajo el templo del dios indio, y pusieron encima el templo de su dios.

¡Ah! pero... el veneno... yo no he pensado jamás en eso... Buscad el veneno. Montiño se acordó entonces de que tenía en el bolsillo los polvos que le había dado envueltos en un papel el paje Cristóbal Cuero. ¡El veneno! exclamó ¡un veneno que mata en cinco minutos! ¡como murió ayer el paje Gonzalo!... Eso es... No... y cien veces no... Pues á la horca por asesino.

Amoldada su naturaleza a este género de vida, habríase tenido por infeliz si el trabajo o las ocupaciones le obligaran a vivir de otro modo. Era un asesino implacable y reincidente del tiempo, y el único goce de su alma consistía en ver cómo expiraban las horas dando boqueadas, y cómo iban cayendo los periodos de fastidio para no volver a levantarse más.

Por eso no me acerqué yo, al cabo de los tres cuartos de hora bien corridos que pasé en casa del Topero luchando con la duda. Así llegó el crepúsculo, torvo, silencioso, amenazante, como ladrón asesino que aguarda las tinieblas de la noche para consumar el crimen forjado en su cerebro.

Soy viudo y tengo seis hijos». Al decir esto, poniendo en su tono tanta sinceridad como hombría de bien, clavaba en el rostro de su interlocutor una mirada semejante a la del asesino en el momento de dar el golpe a su víctima.