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Actualizado: 15 de julio de 2025


El príncipe se acordó del famoso «banco de los suicidas» en los jardines del Casino. Una leyenda para periódicos. No existía. Cuando se mataban varios en un mismo banco, la administración lo hacía cambiar de sitio inmediatamente. También era una exageración folletinesca lo de la abundancia de suicidios: dos ó tres por año nada más.

Y aunque no parecía muy natural que la infeliz, contrariamente a lo que hacen todos los suicidas, hubiera escogido esa posición para ultimarse, la circunstancia de ser suyo el revólver y haberlo tenido oculto, excluía la suposición de que un asesino hubiera podido servirse de él.

La fundó un quinto abuelo de doña Rebeca, que murió en un manicomio y que dejó lastimosa descendencia de locos y suicidas. Desde entonces siempre se habían oído en ella gritos frecuentes, carreras y estruendos; siempre habían gemido las puertas, estremecidas por violentos impulsos, en el fondo oscuro de los corredores.

Preguntádselo a los suicidas. He ahí una generación entera a la cual los acontecimientos han dado la educación de Aquiles. Yo declaro con amargura, con espanto: ¡la pistola de Werther y el hacha del verdugo han diezmado nuestras filas! Paz completa a los dichosos de la tierra, pero maldición a los que niegan un asilo al infortunio.

No ignoráis lo que ocurre en las silentes noches: el cuerpo que se escurre entre las suavidades de los ropajes blancos, las manos que se pierden por los turgentes flancos, el beso que provoca, los labios que se buscan y los lenguajes francos que van de boca a boca. Y sabéis, por fin, rosas, que el talismán eterno de las damas hermosas de anémicos suicidas ha llenado el infierno...

Se supo, en fin, que entre otras muchas cosas acordes y sensatas, inusitadas en aquella casa de locos y de suicidas, Fernando dijo con acento honrado: Yo no soy capaz de hacerla feliz...; yo no la merezco....

Palabra del Dia

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