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Actualizado: 6 de junio de 2025
El que pareció más conveniente para entrambas partes fué, que Calel desampararía la provincia si le aseguraban el paso de Cristopol, y le daban navíos con que pudiese pasar el estrecho, porque sin estas cosas, y faltándoles qualquiera de ellas, era imposible volver á la Natolia su patria.
Estas y otras razones, que ellos tienen fijas en sus memorias, procuraron los PP. desvanecerlas con todas cuantas expresiones les dictaba su deseo, y de que los indios podían ser capaces; pero no teniendo qué responder á las vivas y eficaces exhortaciones de los Padres, hubieran de cerrar del todo los oídos á sus voces; y rompiendo el freno de la obediencia, que por tantos años los había sugetado, empezaron á quebrantar su respeto, diciendo en voz alta no querían mudarse porque esto no podía ser voluntad de su Rey y señor, sino invención de los PP. que, secretamente, habían convenido con los portugueses por medio del P. Comisario, á quien tienen por tal, y aún aseguraban algunos lo habían conocido seglar en el Río Janeiro; pero no desistiendo los Padres de su empeño, antes sí, conviniéndose para no sólo persuadirlos con razones privadas, sino convertirlos con pública y fervorosa predicación, los convocaron á las iglesias, y con un crucifijo en las manos, y algunos puestos de rodillas y derramando muchas lágrimas, les intimaron los castigos que debían esperar de la mano de Dios y de su soberano Rey si no obedecían prontamente su mandato; en fuerza de este eficaz asalto se compungieron los indios y, pidiendo perdón de su desobediencia, prometieron de nuevo enmendarse, empezando los PP. luego, y antes que se enfriase el fervor, á disponer cabalgaduras, carros y demás aparatos para emprender el camino, al que en la realidad salieron algunos guiados de los PP., que van como caudillos para esforzar su lentitud é interior desconsuelo; pero á pocas jornadas, con el hastío del camino y amor que les arrastraba á sus casas, se fueron volviendo á sus pueblos, dejando á los PP. solos y burlados en las campiñas; mas ni por esto desistieron los PP. desta empresa, antes, sí, disimulando prudentes su desacato é inconstancia, volvieron á buscarlos, reconviniéndolos con lo prometido; pero ellos, ya del todo arrepentidos y aun despechados, tomaron por medio, para librarse de las instancias de los PP., el amenazarlos con la muerte, la que verdaderamente intentaron dar al Padre Cura de San Miguel, y ahora Padre compañero suyo que estaba en las estancias, los que sin duda hubieran perdido la vida si por orden del P. Comisario, que se informó de su peligro, no se hubiesen retirado fugitivos; pues su depravado ánimo lo manifestaron en un mozo que acompañó al P. Cura, y volviendo poco después al pueblo á sacar unos caballos, lo hicieron pedazos á lanzadas.
Lo que era un dogma familiar, que tenía su fórmula invariable, era esto: que por Emma no pasaban días, que lo del estómago no era nada, y que después de parir, de mala manera, estaba más fresca y lozana que nunca. Nadie creía tal cosa, porque saltaba a la vista que no era así; pero lo aseguraban todos.
El hermano de Caracas había sido hasta su muerte uno de los hombres más trapisondistas del pueblo; algunos aseguraban que había dejado más de media docena de viudas en diferentes puntos de España y de América, y una porción de herencias fabulosas en su testamento, herencias que no existían mas que en su acalorada imaginación.
De este modo aseguraban los naturales las ventas de sus frutos y manufacturas, y tenían con equidad dónde proveerse de cuanto necesitasen, y todas las utilidades que resultasen de estas compras y ventas a la factoría recaerían en beneficio del común, como que de cuenta de él se manejaba todo.
Doña Luz leyó, y decía así: «Mi querido tío: Mis males se agravaron hasta tal extremo en Manila, que los médicos decidieron que yo debía venir a Europa a pasar una larga temporada. Con los aires del país natal aseguraban que me repondría. Mis compañeros me echaron de allí: hasta el mismo Sr. Arzobispo me mandó que me viniese. No hubo, pues, más remedio.
El director se había encerrado en su cuarto; el capellán había desaparecido; algunos aseguraban que estaba metido entre colchones con un canguelo que no le llegaba la camisa al cuerpo. Reinaba dulce indisciplina en el colegio. En esto, a mí y a otros dos compañeros nos vino la idea de fugarnos y marchar a ponernos a las órdenes de D. León.
Cuando estaba bueno el tiempo, solía ir directamente a las fincas donde trabajaban, sin pasar por casa. Allí se sentaba sobre el césped, a la sombra de un árbol, dándoles conversación cuando el trabajo era en los prados, o bien sobre una cesta con la sombrilla abierta, si en los maizales. A veces ponía empeño en ayudarles, tomando el azadón, la pala o la guadaña que le prestaba por algunos momentos el criado o Rafael: acometía con ardor la tarea bajo la mirada burlona de Tomás y sus hijos, que hacían alto para contemplarle: golpeaba con todas sus fuerzas y sin compás alguno la tierra, sudaba, se inflamaba y al poco rato soltaba el instrumento, rendido y jadeante, pálido de fatiga. Hombres y mujeres reían al verle en aquel estado y le aseguraban, bromeando, que no servía para aldeano.
Algunos astrónomos y hombres de ciencia muy antiguos como Cleomedes, Plinio y Plutarco, sospecharon que era debido a la influencia de la Luna; pero no lo aseguraban de un modo terminante. Hasta Galileo y el ilustre Kepler andaban todavía en dudas. Newton fué el primero que demostró la posibilidad de que ese fenómeno fuera debido a la atracción de la Luna.
Palabra del Dia
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