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Actualizado: 27 de junio de 2025
Conozco a muchos que no tienen un sous y resultan simpáticos; pero los trato como camaradas nada más. Gastón, mi amigo, se arruinó, y aunque ahora está en la puré, volverá a tener plata cuando mueran sus tías... No ponga esa cara de cabotin enamorado; no me conmoverá niente. Soy vieja para creer en eso. ¡A me con la pigolita!...
El otro era un guapo chico, rubio, sonrosado, de barba rala e incipiente, ojos azules y húmedos, los labios siempre plegados con sonrisa tierna y humilde, los ademanes respetuosos sin ser encogidos. Había nacido en Cuba de una familia opulenta, que después se arruinó en el juego de Bolsa al establecerse en España.
Y no se arruinó completamente la pobre familia para «echar de casa» á Andrés, gracias al generoso anticipo del indiano; de otro modo, hubiera vendido gustosa hasta la cama y el hogar. Los ejemplos de esta especie abundan, desgraciadamente, en la Montaña.
Había sido militar en sus mocedades; pero, por no servir para la milicia, viose forzado a dejar la pesadez y estruendo de las armas. Había sido empleado en Rentas, pero cumplía tan mal y se tomaba tan largas vacaciones, que le despidieron de la oficina. Fue contador de un teatro, y se arruinó la empresa.
La señora Lucy comprendió en seguida los deberes que le imponía su condición de esposa legítima de un notable comerciante, y se procuró la competencia de la condesa Rabat, que no está en la primera juventud; pero que se arruinó a fuerza de proteger las letras y las artes y de subvencionar a los artistas. En el vestíbulo, la condesa da las últimas instrucciones a su discípula.
Los vecinos de Animalejos, poco peritos en efemérides histórico-religiosas, decían que la ermita se arruinó en el primer tercio del siglo XVI, con motivo de la guerra de las Comunidades, que tantos desastres causó en Castilla la Vieja, y aun en Castilla la Nueva; pero los vecinos de los pueblos cercanos les daban matraca llamándoles, no se sabe por qué, «los que arcabucearon al Santo»; insulto que sacaba de sus casillas á los animalejeños y daba ocasión á tremendas palizas.
Tenían el eterno mayordomo, que aún perdura en las Castillas, y en Albacete, y en Murcia; pasaban por alto las trabacuentas y gatuperios del delegado; necesitaban dinero para su vida fastuosa y lo pedían a todo evento. Y la ruina llegaba inexorable. Infantes, como tantos otros pueblos del Centro, se arruinó rápidamente en dos siglos.
El tratante en granos llegó poco después y le dijo: Padre, ya ve usted que el cielo amenaza lluvia, y si llueve, la cosecha va á ser este año bárbara, y yo me arruino con la baja del trigo, porque tengo empleado en él todo mi capital. Con que, padre, hágame usted el favor de pedir á la gloriosa Santa Ana que interceda con Dios para que no llueva.
Además, la religión lo llenaba todo, era el único fin de la existencia, y los españoles, pensando siempre en el cielo, acababan por acostumbrarse a las miserias de la tierra. No dude usted que el exceso de religiosidad nos arruinó y estuvo próximo a matarnos como nación.
Palabra del Dia
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