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Actualizado: 6 de octubre de 2025
Una Relación contemporánea del suceso que se conserva en la Biblioteca Colombina, y que debió ser escrita por un testigo ocular, dice al llegar á este punto: «El humo, la confusión, voces y llantos, particularmente de las mujeres, fué tan grande, que unas se arrojaban de las ventanas, otras de los corredores y otras caían desmayadas, medio muertas; fué mucho mayor el daño que la turbación les causó, que el que el mismo fuego les pudiera hacer, si advertidamente y con orden fueran saliendo; pero como el miedo de la muerte no da lugar á estos discursos, cayendo unas y tropezando otras en las caídas, empezaron juntamente con el humo á subir al cielo las voces y quejas de los que se ahogaban sin remedio, como las de los que faltándoles ya las mujeres, ya los maridos, ya los hijos, ya los parientes y amigos, juzgaban el peligro en que quedaban aunque estaban ya fuera.
El carruaje cruzó por delante del palacio feudal de los Peñalta, cuyas vetustas paredes, manchadas a trechos de musgo, arrojaban sobre la calle un manto de sombra. ¡Qué haría a estas horas Ricardo! María no se dijo esto; no. Pasó sin dirigir siquiera una mirada furtiva a los góticos balcones, con la misma sonrisa serena y protectora. La sombra, no obstante, le produjo un leve temblor de frío.
Eran las hijas, que se arrojaban en sus brazos; tras ellas, la pobre mujer, enferma, temblando de fiebre; y en el fondo, invadiendo la barraca de Pimentó y perdiéndose más allá de la puerta obscura, toda la gente del contorno, el aterrado coro de la tragedia. Ya les habían hecho salir para siempre de su barraca. Los hombres negros la habían cerrado, llevándose las llaves.
Muchos perecieron en tan atroces suplicios; muchos, no resistiéndolos, se arrojaban de la muralla, buscando en el campo enemigo la esclavitud á trueque de un sorbo de agua; solo al fin, D. Álvaro de Sande pretendía que la humanidad no fuera flaca, presenciando horrores con tal de ver por un sol más flotando al aire en el fuerte el estandarte de Castilla.
Le faltaban a la pobre aquellos estampidos de la borrasca en la boca de la chimenea, que arrojaban sobre los recogidos llares costras de hollín tan grandes como la palma de la mano; aquel redoblar de los granizos en las puertas y en las ventanas de la casona; aquel chorreo incesante de los goteriales del tejado, y aquel fluir de los aguaceros por patios y corraladas, en regatos espumosos que se despeñaban después por los declives de afuera buscando el río que ya no cabía en su cauce.
Cuando el sacerdote mostró la Sagrada Partícula hubo necesidad de advertirle que se arrodillase. La escena era triste e imponente para cualquiera, cuanto más para una hija. Las luces de cera chisporroteaban lúgubremente en el silencio de la alcoba y arrojaban trémulos y amarillos reflejos a las paredes. La voz del cura al levantar la Hostia era aún más lúgubre que el chisporroteo de las hachas.
Finalmente después de heridos, los ciudadanos desesperados de poderles rendir, se resolvieron de quemar todo el edificio y torre. Diéronle fuego por todas partes, y en poco rato se encendió con gran ruina del edificio. Por entre las llamas y el fuego arrojaban piedras y dardos, y medio abrasados peleaban.
Los bar-rooms estaban llenos; no se oía más que la voz ronca y gutural de los negros de Jamaica, la eterna blasfemia del marinero inglés y el hablar soez de algunos gaditanos. Salían y en la primera mesa arrojaban una moneda, luego otra y, una vez exhaustos, la emprendían con el vecino, las navajas relucían y sólo con esfuerzo era posible separarlos.
I no solo sufrieron con estraordinario valor los desdichados judaizantes la espantosisima muerte que les era destinada por los caribes que se decian sacerdotes de Dios, sino que muchas veces se arrojaban á la hoguera para pasar mas presto á mejor vida.
Tampoco hallaron noticia alguna. Las tinieblas más espesas seguían envolviendo aquel misterioso secuestro. El juez parecía desalentado. Ni las declaraciones de D.ª Rafaela ni las del cojo de Arganda arrojaban luz ninguna. Nueva pista no se presentaba. Mario llegó a las once de la mañana a casa de Rivera con el alma y el cuerpo deshechos.
Palabra del Dia
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