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Actualizado: 2 de julio de 2025


Cuando un domingo, por primera vez, Adriana no acudió, un sufrimiento casi físico le traspasó. Durante toda la misa, que le pareció prolongarse extraordinariamente, lo pasó arrodillado, junto a la pilastra donde se ponía siempre, bajo el púlpito. El tintineo de la campanilla le hizo daño.

Al verme libre; al ver a un cura, a quien reconoció desde luego, lo comprendió todo: corrió a mis brazos, y no pudiendo más, perdió el sentido. Aquella gente estaba atónita; el hermano cura que había recibido en sus brazos a mi pequeña criatura, lloraba en silencio, y todo el mundo se había arrodillado. En ese momento salió el sol, y parecía que Dios fijaba en nosotros su mirada inmensa.

No tardó Magdalena en recobrar sus sentidos, y aunque su padre estaba inclinado ante ella mientras que Amaury permanecía casi invisible arrodillado junto a la cama, a éste fue a quien buscó con su mirada apenas abrió los ojos. ¡Amaury! ¡Amaury! exclamó. ¿Qué ha ocurrido? ¿Estamos muertos o vivos? ¿Nos encontramos en el Cielo con los ángeles o no hemos abandonado aún la tierra?

En el centro estaba la Virgen con Santo Domingo, arrodillado; y no tenía más defecto sino que en el sitio donde el pintor había puesto la cabeza del santo, puso la humedad un agujero muy profano y feo.

Alguna vez al apagarse el dia Oirás sonar mi fúnebre laud, Y arrodillado ante tu fosa fria, Decir al polvo del dolor ¡Salud! ¡Nunca te turbe el grito del hermano Que cae herido del furor tenaz, Y al abatir sobre esta cruz mi mano Puedas, poeta, dormitar en paz!

Hasta aquí he hablado de la historia de la piedra. Ahora tengo que decir dos palabras acerca de la historia del libro. Ahí, en medio de esa sala del trono, el pueblo de Paris, puesto de rodillas, saludó á Enrique IV y á Luis XIV. Ahí, en medio de esa sala del trono, en donde Paris arrodillado saludó á Enrique IV y á Luis XIV, se instaló la Comision revolucionaria del memorable 10 de Agosto.

Usted perdone... dijo la señora necesita de . Arrodillado delante de la enferma conversé largo rato. La pobre anciana, aunque dulce y cariñosa, en realidad fué siempre áspera y severa, acaso agria. Contábase en la familia, que en su primera juventud se distinguía de mi madre y de mi tía Pepa en lo festivo de su conversación, en lo dulce de su trato.

Tuvo miedo y se sentó un momento para calmar su angustia. ¡Honorina! gritó levantándose , ¿está usted muerta? Fue la muerte en persona la que le respondió. Tropezó contra un mueble y sus manos nadaron en un mar de sangre. Cayó arrodillado, apoyó los brazos en la cama y permaneció hasta que se hizo de día en la misma postura. No se preguntó siquiera cómo había podido ocurrir aquella desgracia.

Se había deslizado del banco: estaba casi sin saberlo, arrodillado ante ella, agarrado a sus manos y avanzaba el rostro, sin atreverse a llegar hasta su boca. Y ella, echando atrás el busto con desmayo, murmuraba débilmente con un quejido de niña: No, no: me haría daño... me siento morir.

El monje, ese hombre cuya cara barbuda había visto en Inglaterra una vez, se había arrodillado, y estaba murmurando sus oraciones y pasando las cuentas del enorme rosario que colgaba de su cintura. Una mujer vestida de negro, con la cabeza cubierta con la santuzza negra que usan las mujeres de Lucca, había entrado sin hacer ruido, y estaba arrodillada a unos pocos pasos de .

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