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Se veía a él, pobre niño, enteco y enfermizo, pasando dos y tres horas arrodillado en la iglesia, sin gustar jamás el placer de correr al aire libre como los hijos de los miserables pescadores, sin tener un compañero con quien comunicar sus inocentes pensamientos. Un día igual a otro. El cielo siempre plomizo. La mar bramando tristemente en las peñas.

Ra-Ra, arrodillado junto á ella, le tomaba las manos, hablándola ansiosamente para que abriese los ojos una vez más, y creyendo que cuando los cerraba era para siempre. ¡Oh, hermano de mis ensueños! ¡Madre de mis alegrías! ¿Me oyes?... No te mueras; yo no quiero que mueras. Aún quedan para nosotros muchos soles dichosos y muchas lunas de amor.

Yo el peregrino soy que arrodillado Ante el altar modesto de tus lares, Culto rindo á los genios tutelares De la mansion tranquila del placer; Y al contemplarte á bajo su amparo Admiro en la madre cariñosa, Y las virtudes de la casta esposa, Flores que brota el alma de mujer.

Entraba Carmen en la habitación del herido con leve paso, bajos los ojos, como avergonzada de su anterior hostilidad. ¿Cómo estás? preguntaba cogiendo entre sus dos manos una de Juan. Y así permanecía, silenciosa y tímida, en presencia de Ruiz y otros amigos que no se apartaban de la cama del herido. De estar sola, tal vez se habría arrodillado ante su esposo, pidiéndole perdón. ¡Pobrecito!

Arrodillado a sus pies estaba el abate, con las barbas fluviales tendidas sobre el negro delantero de su sotana. Todos los ojos iban hacia él: sólo la familia de La Boca seguía con mirada amorosa los movimientos de Monseñor al decir la misa.

Prostérnate ante la virtud decía Elías; , pecador indigno de ser perdonado. Ha dicho que tenías buen corazón. No, señoras: no lo tiene. Doña Paulita hizo esfuerzos heroicos para aparecer con cierta dignidad arquiepiscopal en el momento en que Lázaro le besaba la mano, arrodillado ante ella; pero su decoro de santa fué vencido por lo mucho que empezaba á tener de mujer.

En el centro de ella hay una hermosa capilla adornada con cirios de cera blanca, con ricos osarios de paño negro y calaveras bordadas en plata; al pie del altar, a un lado, se ve un sencillo ataúd de pino, abierto y preparado; al otro lado, una cama compuesta de tres tablas y un saco de ceniza; en otro departamento, separado por una balaustrada, hay un hombre vestido de rojo, que reza arrodillado.

En la cabecera, una cruz con letras grabadas profundamente á punta de cuchillo, obra piadosa de los compañeros de armas. «Desnoyers...» Luego, en abreviaturas militares, el grado, el regimiento y la compañía. Un largo silencio. Doña Luisa se había arrodillado instantáneamente, con los ojos fijos en la cruz: unos ojos enormes, de córneas enrojecidas, y que no podían llorar.

El clima de la gran ciudad no debía favorecerla precisamente, pero había llegado ya al punto en que el médico no niega nada a su enfermo. Vio Roma y creyó entrar en una vasta necrópolis. Aquellas casas desiertas, los palacios vacíos y las grandes iglesias en las que se ve de espacio en espacio un fiel arrodillado, tomaron a sus ojos una fisonomía sepulcral.

A lo largo de la costa, en un lugar inaccesible, una peña, que sólo veían los pescadores, era semejante a un monje arrodillado y en oración. Tales prodigios los había hecho Dios, según estas almas sencillas, para perpetuar el famoso milagro.