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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Únicamente las personas de distinción continuaban en sus casas ó se reunían en aristocráticas tertulias, para no mezclarse con la gente popular. El resto del vecindario acudía á la peregrinación patriótica, y hasta los hombres se agregaban á la fiesta, sin acordarse de que la inventora de los rayos negros había sido su peor enemigo.
Currita sintió tal movimiento de gozo, que estuvo a pique de venderse... ¡Por fin triunfaba, y a pesar de su impasibilidad y no obstante sus marrullerías, hacía tragar al bendito padre todo el anzuelo!... Entre la marquesa de Villasis, la dama de mejor nombre de la corte, y el padre Cifuentes, el sacerdote de más prestigio, haría ella su entrada triunfal en el gremio de beatas aristocráticas, y una vez dentro, no bien tomase ella terreno, ya sabría reconquistar, palmo a palmo, los aplausos y las adulaciones, y colocarse de nuevo en el antiguo puesto perdido.
Se ha limitado a decirme que os siguió, y me ha hecho de vosotras el más brillante encomio. Asegura que jamás ha visto dos mujeres más bellas y más aristocráticas por naturaleza.
La encontré muchas veces en tertulias aristocráticas y en castillos adonde habíamos sido invitados. Al fin nos casamos, y hemos llevado desde entonces una existencia muy elegante, pero muy cara. Calló un momento, como si quisiera apreciar el efecto que causaba en Robledo este resumen de su vida. Pero el español permaneció silencioso, queriendo saber más.
Clara subió a cambiar de traje y mientras tanto los invitados bebieron aperitivos, escuchando a la ciega que no cesaba de charlar y reír contando como si lo hubiese visto todo lo que pasaba en Madrid, las obras dramáticas que habían tenido éxito, las bodas aristocráticas, las óperas, los conciertos, hasta las sesiones borrascosas del Congreso. ¿No sabéis?
Apesar de sus cuarenta y cinco años, conservaba una frescura de cutis y una gallardía de talle que ni en sus mocedades habían ellos disfrutado: era un hombre verdaderamente notable por su figura: alto como sus hermanos, pero mejor proporcionado, de facciones correctas y varoniles, cabello negro y naturalmente rizado, donde apenas se advertía aún tal cual hebra de plata, patillas negras también, largas, sedosas, el cuello blanco y redondo como el de una mujer, el pie menudo y las manos finas y aristocráticas.
Hacía la vida del hombre de mundo; entraba en las casas más aristocráticas de la corte; trataba familiarmente a la mayoría de los personajes de la banca y la política; era socio antiguo del Club de los Salvajes, donde se placa en bromear todas las noches con los jóvenes aristócratas que allí se reunían, quienes le trataban con harta confianza que no pocas veces degeneraba en grosería.
Sólo faltaba Aurora, a quien Fortunata esperaba con ansia, y siempre que sentía pasos en la escalera, iba a la puerta para abrirle antes de que llamase. Por fin llegó la viuda de Fenelón, fatigadísima. Los encargos en aquel mes eran considerables; las bodas aristocráticas menudeaban, y la pobre Aurora no podía desenvolverse.
Además, para vestir a Julia con elegancia, para proporcionarle una educación brillante, no le dolía gastar todo su caudal, ni aun sacrificar sus propias comodidades. Mientras estuvo en Sevilla pudo competir en vestidos y sombreros con las hijas de las familias más aristocráticas. A esto se debía, por supuesto, la gran merma que sobrevino en la hacienda que el brigadier la había dejado.
Marido o amante, todo le era igual en aquel momento de ira: lo que le importaba era rendir al Conde, conseguir que no fuese de doña Beatriz, lograr que aquella mujer se viese abandonada. A pesar de su culto a doña Beatriz, el Condesito seguía yendo a teatros, paseos y reuniones aristocráticas. En dichos puntos siempre encontraba a Elisa.
Palabra del Dia
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