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Actualizado: 24 de junio de 2025
Aquí, vista solamente por los ojos del ministro, la letra escarlata no ardía en el seno de la mujer caída. Aquí, visto solamente por los ojos de Ester, el ministro Dimmesdale, falso ante Dios y falso para con los hombres, podía ser sincero un breve momento. Dimmesdale se sobresaltó á la idea de un pensamiento que se le ocurrió súbitamente. ¡Ester! exclamó ¡he aquí un nuevo horror!
Hubo un instante en que pensó que no podía moverse; los miembros entumecidos se negaban a obedecer a su voluntad. Hizo un esfuerzo, sin embargo, como si tratase de romper una tela que le sujetara, y se puso en pie. Se dirigió con paso vacilante a su cuarto. La luz del quinqué que ardía sobre la mesa le hirió de tal modo que estuvo a punto de caer ofuscado.
Si queréis llegar muy lejos, dejaos conducir por ella, sin examinar demasiado la postura o la senda que sus sabios designios os indiquen. Pasando por una puerta del crucero entraron en la claustra. En el patio el sol ardía sobre las piedras, y la extraña crestería plateresca destacaba su cárdeno granito sobre el índigo ardiente del cielo.
Poco á poco, y por virtud de estas memorias, se fué apaciguando la violenta desesperación en que ardía su espíritu; fué penetrando en él un pensamiento melancólico y suave que le reconcilió por un instante con la vida. El sentirse amado, mucho más siendo por una mujer hermosa, aplaca siempre un poco el odio de la existencia.
La frescura del aire matutino entibió, a su parecer, aquella a modo de fiebre que en sus venas ardía.
Arregló su paraguas lo mejor que pudo, y como los ímpetus del viento hubiesen sosegado un instante, saliose del portal, no sin dirigir una mirada de miedo y hostilidad a la gran puerta negra del fondo, en lo alto de la cual ardía tristemente una lamparilla de aceite detrás de una ventanilla enrejada.
El deseo de verse frente a su esposa ardía cada vez más vivo en su pecho, le ponía inquieto, excitado; se iba convirtiendo en una fiebre, en una rabia intensa que le devoraba. ¡Oh, tenerla entre sus manos, apretarla hasta hacerle gritar de dolor, hacerle padecer en el cuerpo lo que él había padecido en el alma!
A uno de sus extremos estaba la cocina, en la cual entraron todos detrás del hidalgo. Ardía en ella una hoguera enorme, y esta hoguera estaba encerrada por el alto poyo del fondo y tres largos bancos, más un sillón de madera que ocupaba el sitio de preferencia.
Sobre la mesa ardía una lámpara de bronce colgada del techo. Los aparadores casi tocaban en él y eran también de roble tallado; las sillas de roble igualmente; todo de roble. Esta madera dura, maciza y adusta, parecía el símbolo de aquella respetable familia.
Detuviéronse en cierta calle, tan solitaria como sucia, frente a una casa de pobre apariencia con tosco corredor de madera. Pablito miró a todos lados por precaución, y dejó escapar un silbido suave y prolongado con la maestría que le caracterizaba en este ramo del saber humano. Después dijo mirando con inquietud al farol que ardía unos cincuenta pasos más allá: ¡Si pudiéramos apagar ese farol!
Palabra del Dia
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