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Actualizado: 24 de junio de 2025


Quizá había caído alguna prenda de vestir en la chimenea: algún calcetín, algún pañuelo... El tío Frasquito saltó fuera de la cama y corrió allí muy alarmado... ¡Tampoco!... El fuego ardía en la chimenea moderadamente, y la espesa grille metálica que la cerraba no permitía el paso a ninguna brasa. ¡Cosa más singularr!...

Semíramis le abrió la puerta y la introdujo en el salón. El señor y la señora de La Tour de Embleuse la recibieron al lado de la chimenea, en la que ardía todo lo que se había podido encontrar en la casa: dos tablas de la cocina, una silla de paja y otros objetos. La duquesa se había vestido como había podido. Su traje de terciopelo negro azuleaba por los pliegues.

Mira, cuando te marchaste, me sentí tan sola, tan abandonada, que tuve necesidad de todo mi valor para no estallar en sollozos. «Hubiera podido prohibirte que bailases con otro», me decía yo... «¿Por quién he venido a la fiesta sino por él? ¿por quién me he puesto tan guapa sino por él?...» Y el pie me ardía mil veces más que antes sufrí un desmayo, y después... de repente... ya sabes lo que me sucedió.

Ansiaba nuestro mozo que se llegase a punto y término de pelea con el turco, que en ella pensaba ponerse en tal lugar y hacer tanto, que su muerte fuese inevitable. Tal era el desesperado amor imposible que en su pecho ardía por la muerta doña Guiomar, y tal su desesperación por su pérdida, y tal su ansia por ir a encontrarla a un mundo mejor.

Vió el pueblo bajo un dosel obscuro moteado de chispas y brillantes pavesas. El campanario ardía como un blandón enorme; la techumbre de la iglesia estallaba, dejando escapar chorros de llamas. Un hedor de quema se esparcía en el ambiente. El fulgor del incendio parecía contraerse y empalidecer ante la luz impasible del sol.

En el hogar ardía un monte de leña, con cuyo calor pudo don Paco secarse los vestidos, porque le ofrecieron, y él aceptó, un banquillo para que se sentase cerca del fuego.

El pinche se explicó trabajosamente. Su padre estaba arriba, en Labarga, en una casa de peones, muy enfermo; se moría. Al amanecer había querido levantarse para ir al trabajo como los demás compañeros, pero le ardía la piel, deliraba. El día antes había llovido y se mojó en la cantera.

En la pequeña capilla ardía una sola luz en una gran lámpara antigua de oro, puesta allí por los orgullosos hijos de la ciudad tres siglos atrás, cuando temieron la invasión de la peste negra. Al darme vuelta, vi que, aun cuando me observaba atentamente, parecía estar esperando todavía al hombre que ¡ay! ya no existía.

Crióse el Abindarráez En Cartama con Jarifa, Mozo ilustre, abencerraje En méritos y desdichas. JARIFA. ¡Dichosa el alma mía Que dió tan dulce fin a su porfía! Canten. Pensaba que eran hermanos, En este engaño vivían, Y ansí, dentro de las almas El fuego encubierto ardía. JARIFA. ¡Dichosa el alma mía Que dió tan dulce fin a su porfía! Canten.

Sus aras, pues solia en cada una haber varios altares desde que se introdujo la costumbre de abrir nuevos ábsides en el muro de levante del crucero, eran de piedra, y estaban cubiertas con telas blancas de lienzo, y por delante con frontales de variedad de colores y tejidos. Ardía en ellas la cera no solo durante los divinos oficios, sino tambien de noche y á puertas cerradas.

Palabra del Dia

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