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Actualizado: 1 de julio de 2025


»DOCTOR. Y por ventura señor Maestro, mandan nisperos los Priores de la farsa? Tan necesarios son de semejantes juegos como quantos ay. Apenas formará tales concetos nuestro primerizo, quando como platicos fulleros le irán mirando a las manos, ponderando las palabras, y el fin con que las dexare caer. Mas no es bien passar adelante sin alguna oposicion. Haced cuenta, que como Catedratico os poneis al poste; y va de argumento. Dezidme, quien os assegura que ningun Autor ha de ir a casa de Poeta incognito? Engañado vivis. Quiera Dios, que aun entrandoos por la suya, seays admitido, y que os toque vez tras muchos dias de pretenzion y agasajo. Esto mi Rey, no es componer comedias con arte, sino referir los estrechos por donde aveis de passar forçosamente; y asi concededme tantica atencion, y no os de pesadumbre lo que oyeredes. No ay en esta vida trance tan penoso como es la primera introducion y noviciado de un poetilla Comico. Los professores de esta mala secta, o son libres y determinados, o timidos y vergonzosos. Demos que la insolencia de los primeros no aya menester valedores, sino que ellos proprio motu se aparecen como Santelmo en la congregacion farseril. Suele el más alentado proponer al Autor, le quiere leer una comedia la mas famosa que jamas se presentó en teatro. Dize bellezas de la traza, sublima las apariencias, encarama los versos, y sube de punto los passos mas apretados de risa: y quierā, o no las circunstantes, comienza con abultada voz, y peregrino aliēto a publicar su encarecido papel. Advierte con grande pūtualidad las entradas y salidas, y particularmente las diferēcias de trages. Entre otras cosas no da lugar a q

Hablaba como si no se diera cuenta de la sonrisilla insolente del abogado de Deusto; del gesto asombrado y medroso con que le contemplaba su sobrina como si fuese un aparecido. Aresti quiso ver á Morueta, y doña Cristina miró con inquietud á una puerta inmediata, como temiendo que el doctor llegase á pasarla. No si podrás verle dijo con los labios apretados.

Su abundante cabellera, de un castaño no muy obscuro, caía en ondas sobre la espalda y llegaba hasta el asiento de la mecedora, por delante le cubría el regazo; entre los dedos cruzados se habían enredado algunos cabellos. Sintió un escalofrío y se sorprendió con los dientes apretados hasta causarle un dolor sordo.

Siguióse el alcance veinte y cuatro millas hasta Monocastano, degollando siempre sin resistencia alguna porque la huida les hizo dejar las armas con que apretados pudieran defenderse de los nuestros, que esparcidos, cansados y pocos, les seguían; pero la vileza de los Griegos era tanta, que refiere un Autor que por las heridas en el rostro no osaban volverle, aunque con solo este riesgo se pudieran defender; ultima miseria á que puede llegar un hombre cuando teme las heridas mas que la infamia.

El rostro de la niñita era una llaga viva: tenía los dientes apretados por la última convulsión; con la mano izquierda asada por el fuego, se asía desesperadamente de una de las varillas de bronce de la camita, y la derecha, dura, rígida en ademán amenazante; la actitud del cadáver revelaba los esfuerzos que la víctima había hecho para escapar del fuego, en vano.

Los rebaños diseminados, tumbados en las hierbas salitrosas, o marchando apretados en torno de la roja capa del pastor, no interrumpen la gran línea uniforme, viéndose achicados por ese espacio infinito de horizontes azules y claro cielo.

Para fijar esta operación, echó mano de las agujas enhebradas que llevaba en una manga y cosió minuciosamente los extremos de los vendajes. Gallardo golpeó el suelo con los pies apretados, que parecían más firmes dentro de su blanda envoltura. Sentíalos en este encierro fuertes y ágiles.

Cada año vuelven, apretados como un rebaño en la proa de los mugrientos vapores de emigrantes, para trabajar en las estancias y reunir sus economías, soñando incesantemente con el lejano país. Parecen resbalar sobre el suelo de la República Argentina, sin hacer el menor esfuerzo para arraigarse en él.

En las mesas de familia, las mamás acogían a sus hijos con ojos de severidad y labios apretados; pero aquéllos salían del paso saludando a «sus viejos» con aire indiferente, como si los hubiesen visto momentos antes. Al terminar el almuerzo, Fernando se encontró con Mrs.

Mujer servicial, de buen semblante, cutis fresco, tenía los labios siempre ligeramente apretados como si creyera estar en el cuarto de un enfermo en presencia del médico o del pastor. Pero no lloriqueaba nunca; nadie la había visto nunca derramar lágrimas.

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