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Actualizado: 1 de julio de 2025
Fui hacia ella hasta tocarla y cara á cara le dije: Porque ya me has engañado y me sigues engañando; porque eres una infame que no contenta con robarme tu ternura, me robas también la de mi amante. Enrojeció y con los dientes apretados por el temor y por la cólera, respondió: ¿Quién ha dicho eso? Yo lo sé. ¡Es falso! ¿Falso?
La noche anterior se había dormido con los dientes apretados y temblando de frío. Había querido escribir a sus tías de Vetusta y no había podido coordinar las palabras; hasta dudaba de su ortografía. Tuvo pesadillas, y aunque hizo esfuerzos para no declararse enferma, el mal pudo más, la rindió.
Y estampaba en las mofletudas mejillas de su hijo esos estrepitosos y apretados besos de las madres, que parecen mordiscos del alma. El niño, enjugándose sus grandes ojos de un azul profundo, como el mar visto de lejos, no se enteraba de nada.
Más adelante, silencio total. El cielo se cubría de nubes cirrosas, y la claridad del sol apenas se abría paso, filtrándose velada y cárdena, presagiando tempestad. Julián recordó un detalle melancólico, la cruz a la cual iban a llegar en breve, que señalaba el teatro de un crimen, y preguntó: ¿Señorito? ¿Eh? murmuró el marqués, hablando con los dientes apretados.
Retirados á Galípoli después de la victoria, quedaron dueños absolutos de la campaña, y Andronico sin atreverse á salir de Constantinopla, ni Miguel de Andrinopoli, tan apretados les tuvieron nuestras armas.
La joven se estremeció al oír esa pregunta: se apretó fuertemente las sienes con ambas manos, como si la tempestad desencadenada en su cerebro por las palabras del juez, amenazara con hacerlo estallar: después respiró fuertemente, hasta el punto de que el aire silbara por entre sus dientes, apretados, y por fin exclamó, con la expresión de repugnancia dolorosa y de impotente desdén de quien se siente maltratar y oprimir: ¿Ha concluido usted? ¿Quiere usted seguir divirtiéndose en atormentarme?
Desde una hora antes, la calle de Alcalá era a modo de un río de carruajes entre dos orillas de apretados peatones que marchaban hacia el exterior de la ciudad. Todos los vehículos, antiguos y modernos, figuraban en esa emigración pasajera, revuelta y ruidosa: desde la antigua diligencia, salida a luz como un anacronismo, hasta el automóvil.
Entró Leonor en este instante, y en el punto de verla, fue como si los torrentes de llanto apretados por la agonía se saliesen al fin de sus ojos; no dijo palabras, sino inolvidables sollozos; y se lanzó al encuentro de su hija, y se abrazó con ella estrechísimamente.
Guardaba parecido con la fruta de la tierra, con las manzanas lustrosas y coloradas que en apretados piños cuelgan por encima de las paredes de las huertas en el país en que nos hallamos. Ella también era una fruta del país, sazonada y dulce como pocas.
Entonces se llamó a la baronesa; y, digámoslo en honor suyo, olvidó el papel que tenía que desempeñar; se me echó al cuello en cuanto su marido hubo acabado, para salvar las apariencias, de explicarle la situación. ¿Y Yolanda? Pálida como la muerte, con los labios apretados, los ojos entornados, apareció en la entrada del salón y me tendió silenciosamente las dos manos.
Palabra del Dia
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