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Actualizado: 5 de julio de 2025
Y las voces seguirían: «has venido aquí por dorar con los nuestros tu apellido oscurísimo; te has casado con Carlitos para apoderarte de «Los Chajales» y de toda la fortuna que nosotros legamos a nuestros descendientes; tú no estás enamorada de Carlitos, sino de sus tesoros: ¡eres una pérfida, una ambiciosa vulgar, una mujer despreciable, indigna de llevar nuestro nombre hidalgo y heroico!». ¡Ay, qué miedo, sobre todo cuando me mirara monseñor Nuezvana, el obispo de Chuquisaca, y me amenazara con el infierno, bien merecido por cierto!
Cuando de tarde en tarde levantaba la cabeza para arreglar el hilo y su mirada se encontraba con la de Gabriel, animábase su cara con una pálida sonrisa. En el aislamiento en que los había dejado la indignación del padre, sentían la necesidad de aproximarse, como si les amenazara un peligro. La enfermedad los unía.
La joven se estremeció al oír esa pregunta: se apretó fuertemente las sienes con ambas manos, como si la tempestad desencadenada en su cerebro por las palabras del juez, amenazara con hacerlo estallar: después respiró fuertemente, hasta el punto de que el aire silbara por entre sus dientes, apretados, y por fin exclamó, con la expresión de repugnancia dolorosa y de impotente desdén de quien se siente maltratar y oprimir: ¿Ha concluido usted? ¿Quiere usted seguir divirtiéndose en atormentarme?
No siga, capitán interrumpió al fin . Adivino todo lo que le queda por decir, y he oído muchas veces lo que lleva dicho. «Usted no duerme, usted no come, usted no vive por mi culpa.» Su existencia es imposible si no le amo. Un poco más de conversación, y me amenazará con pegarse un tiro si no soy suya... ¡Música conocida! Todos dicen lo mismo.
Una vez, con unos cuantos compañeros suyos, publicó en el colegio un periodiquín manuscrito, y por supuesto revolucionario, contra cierto pedante profesor que prohibía a sus alumnos argumentarles sobre los puntos que les enseñaba; y como un colegial aficionado al lápiz pintase de pavo real a este maestrazo, en una lámina repartida con el periodiquín, y don Manuel, en vista de la queja del pavo real, amenazara en sala plena con expulsar del colegio en consejo de disciplina al autor de la descortesía, aunque fuese su propio hijo, el gentil Manuelillo, digno primogénito del egregio varón, quiso quitar de sus compañeros toda culpa, y echarla entera sobre sí; y levantándose de su asiento, dijo, con gran perplejidad del pobre don Manuel, y murmullos de admiración de la asamblea: Pues, señor Director: yo solo he sido.
Apenas heredara Pablo los blasones, dio ella en desplegar la perseverancia y hasta el buen criterio comercial que se revela en el epistolario de Santa Teresa de Jesús. ¡Había que salvar de la ruina que lo amenazara el ducal mayorazgo, honra y prez de la patria historia!
Palabra del Dia
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