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Actualizado: 10 de junio de 2025


Era aquella una sociedad extraña en la que aparecían mezclados lo sólido y el similor, pero donde se veía que lo sólido iba á desaparecer prontamente para dejar el campo libre á todo género de fantasías. Mi entrada en escena trajo ese resultado. Tenía yo veinticinco años y era libre, rico y muy solicitado en sociedad. Tenía excelentes relaciones y un lujo de buen gusto.

En cierta ocasión, habiendo hablado en un artículo del mondadientes de marfil de una dama, viéndose obligado á repetirlo por la fuerza de la sintaxis y pareciéndole vulgar la palabra palillo, llamó á aquel objeto el ebúrneo estilete. Por esta razón aparecían en sus escritos unas palabrejas que sus enemigos, en el furor de la envidia, llamaban estrambóticas.

El Prelado, muy satisfecho, prosiguió a enumerar cada uno de sus bienes, y al hacerlo, parecía que iban arrancándose las más hermosas páginas de la historia del arte. El notario escribía a toda prisa y, a pesar de estar muy acostumbrado a ese género de trabajos, se fatigaba en grado sumo, y gruesas gotas de sudor aparecían sobre su calva frente.

Aquella luminosa aureola era surcada en todas direcciones por largas, cintas de fuego que estallaban en mil chispas, se entrecruzaban y caían en lluvia de oro o de azul o de fuego. Eran millares de ardientes meteoros que centelleaban chisporroteando, vivos y frecuentes relámpagos de una blancura deslumbrante. Y después, en medio de aquel lago de fuego aparecían el gitano y su tartana.

Ellos eran ángeles de paz que se entregaban en el silencio de la soledad a la práctica de una moral excelente y pura y que no aparecían entre los hombres más que para ofrecerles algún beneficio. Sus mismos ocios estaban consagrados a la oración y a la caridad.

Enfrente se aparecían los cañones de Marcos Divès enfilados hacia el valle y dispuestos a hacer fuego en caso de un nuevo ataque. Todo había afortunadamente acabado. Y, sin embargo, ni un solo grito se elevaba de las trincheras; las pérdidas de los montañeses habían sido muy dolorosas en el último asalto.

Herminia cambió una mirada inquieta con Mauricio y salió. Puestos en presencia el uno del otro, el prometido y la tía se observaron un momento. Ambos estaban sonrientes pero sus fisonomías aparecían un tanto contraídas. La señorita Guichard tomó la palabra y dijo con voz firme: Mi querido Mauricio, henos ya en el día decisivo.

Un escalofrío sacudió el cuerpo de Guimarán. Se abrochó. «Había sido otra imprudencia venir sin capa». Entonces sintió que no sentía ya el agua.... «Era que ya no llovía». Sobre Vetusta brillaban entre grandes espacios de sombra algunas luces pálidas, las estrellas; y entre las sombras de la ciudad aparecían puntos rojizos simétricos: los faroles.

El sol iba cayendo lentamente hacia la parte de Madrid, cuyas torres, puntiagudas y negruzcas, aparecían envueltas en una atmósfera de polvo luminoso, y a lo lejos se oía el rumor confuso de muchos ruidos juntos, que semejaban la turbulenta respiración de la ciudad.

Silas se irguió trémulo sobre las rodillas y miró alrededor de la mesa; ¿no estaría allí su oro, al fin y al cabo? La mesa estaba vacía. Entonces miró atrás suyo, recorrió con la vista toda la pieza, pareciendo dilatar sus pupilas negras para ver si, por casualidad, las bolsas, no aparecían en los sitios en que las había buscado en vano.

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