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Actualizado: 13 de mayo de 2025
No ha de incurrir, pues, en el mismo vicio que anatematiza, y estima más breve, más modesto y más provechoso indicar con las menos palabras posibles la fuente principal y más saludable, capaz de apagar la sed de los aficionados á este linage de investigaciones, y de poner en sus manos los medios de ampliar sus ideas, corregir sus opiniones ó satisfacer el natural deseo de completar su erudición y sus conocimientos.
Sobre el mármol de la mesa de noche, medio apoyado contra la lámpara, reposaba un libro, todavía abierto, como si se le hubiera dejado allí en el momento de apagar la luz. Sobre todo aquello parecía cernerse esa paz serena e indefinible que revela el alma pura de una niña. La que allí moraba se había dormido la víspera con una plegaria para despertarse en la mañana con una sonrisa.
Roguemos por la suerte del mundo Americano, Porque sus nobles hijos con palmas en la mano En nombre de un principio se abracen con amor; Roguemos porque caigan los réprobos caudillos, Que en el altar sagrado dan filo á los cuchillos, Para apagar, matando, de libertad el clamor.
Presto se desvanecieron estos temores, porque á pocas leguas no hallaron ya estas puntas y las tempestades del cielo no pasaban muy adelante, antes apenas hallaban agua para beber; y habiendo con gran trabajo subido una montaña muy agria, no tuvieron en dos días con qué apagar la sed, sino con la humedad del barro, que exprimido, más parecía comida que bebida.
La fuerza de las pasiones se quebranta, desde el momento que se encuentra en oposicion con un pensamiento que se agita en la cabeza; el secreto de su victoria suele consistir en apagar todos los contrarios á ellas, y avivar los favorables. Pero tan pronto como la atencion se ha dirigido hácia otro órden de ideas, viene la comparacion, y por consiguiente cesa el exclusivismo.
Y se ponía a inspeccionar por los cristales si alguna embarcación cruzaba entonces hacia El Moral, hasta que, amedrentada por la obscuridad de fuera y ofuscada por la claridad de adentro, concluía por asustarse de tanta iluminación y empezaba a apagar las luces apresuradamente. Don Mariano llamaba a aquel gabinete ligero y aéreo la jaula de María.
¿Ha tenido usted miedo, María Teresa? preguntó ansioso. Yo también. He temido un instante que el tul de sus mangas recibiera alguna chispa. No, no tengo nada, gracias, Juan respondió la joven. Luego miró riéndose a Martholl que venía hacia ella, y añadió, algo maliciosamente: ¿Qué ha ido usted a hacer cerca de la puerta, en vez de apagar este fuego artificial? Pues... llamaba al criado.
Asistía a todos los servicios religiosos fúnebres, distribuía velas, las recogía luego, y si alguien se olvidaba de apagar la suya, se acercaba y la apagaba él, soplando muy solícito. El muerto le inspiraba una gran curiosidad. De media en media hora entraba en la cámara mortuoria para mirarle, ajustaba sobre el cadáver el lienzo que lo cubría y le arreglaba la levita.
A este sentimiento se unía una cierta impotencia física: llamaba en su auxilio por ignorancia, sabiendo menos apagar un fuego que encenderlo. Existe en las regiones subterráneas, en lo más profundo de las entrañas de la tierra, animalículos que viven y se reproducen en aquellas capas oscuras, y no suben jamás hasta la luz del día.
Por de contado que la noche antes del día en que se hizo á la vela para Santander, armó con otros camaradas de profesión la gran culebra, en la cual hubo todo aquello de echar los muebles á la calle, entrar la policía, apagar la luz, saltar por la ventana, cerrar la puerta por fuera, tirar la llave á la alcantarilla, etc., etc.
Palabra del Dia
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