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Actualizado: 13 de mayo de 2025
El agua para las ranas y el vino para los hombres... Va usted á beber uno de misa mayor que tengo reservado para los amigos que estimo de veras... Gracias, gracias; tengo mucha sed, y el vino no me la apaga. Está usted en un error, señorito... en un error muy grande. Para apagar la sed no hay nada mejor que el vino; está probado.
Jamás, mientras vivió, comprendí la hermosura de su alma. Ninguna belleza era comprensible para mí: el mundo y la vida me parecían desprovistos de esa cualidad. Tenía dentro de mí un infierno, nada podía apagar la llama que me devoraba. Todo cuanto yo tocaba quedaba reducido a cenizas. Ella me amó por compasión: el instinto, la necesidad, la voluptuosidad del sacrificio me la entregaron.
Al alzarse, vio a Nucha también en pie, el índice sobre los labios. Perucho, que ayudaba a misa con desembarazo notable, se dedicaba a apagar los cirios, valiéndose de una luenga caña. La mirada de la señorita decía elocuentemente: «Que se vaya ese niño». El capellán ordenó al acólito que despejase. Tardó éste algo en obedecer, deteniéndose en doblar la toalla del lavatorio.
Tan magníficamente lucía aquella criaturita ataviada de esa suerte, y era tal el esplendor de la propia belleza de Perla, brillando al través de los trajes vistosos que habrían podido apagar una hermosura mucho menos radiante, que puede decirse que en torno suyo se formaba un círculo de fulgente luz en el suelo de la obscura cabaña.
Pero ni vientos ni tempestades podrán nunca apagar en mi corazón la llama eterna de mi viva gratitud por tan afectuosa bondad, y ruego a Dios que me permita un día dar a ustedes la prueba, aunque sea a costa de mi propia dicha...»
¡Oh! ¡si yo entonces me hubiera acordado de mis pobres padres y hubiera ido á sacarlos de su miserable cabaña! ¡Dios acaso, entonces, me hubiera amparado! Pero me olvidé de todo y acabé por olvidarme de don Hugo, del único hombre á quien había amado. Rica, joven y hermosa, me propuse apagar mi sed de placeres, mi sed de vanidad. Y aunque muchos quisieron casarse conmigo, yo no quise.
El tío Frasquito acostóse al fin muy satisfecho, pensando en mañana, y al apagar la luz, esta vez con grandes precauciones, tuvo un escalofrío de espanto... Parecióle que se arremolinaban las tinieblas en medio del aposento y surgía de ellas mismas el eunuco estrangulado, con el dogal al cuello, los ojos fuera de las órbitas, el paso lento, la mano extendida, fría, yerta, que se alargaba, se alargaba hacia él... y le tiraba de las narices.
En vano se decía, para apagar el grito de la conciencia, que la generala ya lo había deshonrado más de una vez; que si él no, otro sería; que el pecado a fuerza de repetirse había pasado a ser venial en la sociedad elevada; que lejos de rebajarle a los ojos de ella, sería una gracia más entre las muchas que le concedían.
Vaya usted con Dios, amigo le oí decir con un tonillo tan impertinente que me apeteció volverme y darle una bofetada. La vista de la hermana y su encantadora charla hízome olvidar pronto aquel momentáneo disgusto, si bien no pudo apagar por completo la excitación que me había producido.
Por fin el presidente daba la orden de apagar, y los pollos se retiraban a sus domicilios respectivos tan mustios como correctos. ¡Espectáculo consolador el de aquellas heroicas jóvenes que, apesar de sus vivos deseos de ir al baile, preferían permanecer en casa a quebrantar los principios fundamentales en que descansa la dicha y el sosiego de la sociedad! Allí viene Paco con el Jubilado.
Palabra del Dia
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