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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Debajo de un manzano te desperté; allí tuvo tu madre dolores, allí tuvo dolores la que te dio a luz. 6 Ponme como un sello sobre tu corazón, como un signo sobre tu brazo; porque fuerte es como la muerte el amor; duro como el sepulcro el celo; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. 7 Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos.
Anita contestaba con sonrisas.... De pronto apareció Visitación la del Banco, que vestía un traje de organdí con flores de trapo por arriba y por abajo. El escote era exagerado. Chica, vienes escandalosa le dijo la Marquesa, mientras le mordía la cara al besarla, para apagar así la risa. Visita miró como pudo hacia donde había mirado doña Rufina, y contestó sin turbarse: ¡Bah, no me parece!
No hay fuerzas que basten á apagar la antorcha de la moral ni en el individuo ni en la sociedad; en el individuo sobrevive á todos los crímenes, en la sociedad resplandece aun despues de los mayores trastornos: en el individuo culpable, reclama sus derechos con la voz del remordimiento; en la sociedad, por medio de elocuentes protestas, y de ejemplos heróicos.
En el salón amarillo veía el galán un libro de memorias, de memorias dulces y alegres, no cuando Dios quería, sino ahora y siempre; las prendas por su bien halladas eran los tapices discretos, la seda de los asientos, basteada, turgente, blanda y muda; la alfombra tupida que se parecía al mismo Mesía en lo de apagar todo rumor que delatase secretos amorosos. El Marqués pasaba por todo.
De estas dos familias han salido una multitud de hombres notables en las armas, en el foro y en la industria, porque Dávilas y Ocampos trataron siempre de sobreponerse por todos los medios de valer que tiene consagrados la civilización. Apagar estos rencores hereditarios entró no pocas veces en la política de los patriotas de Buenos Aires.
Jamás el hombre aleve podrá borrar la estela que tus sencillas naves dejaron en el mar; el genio de la historia por tu recuerdo vela y tu glorioso nombre los siglos guardarán. La noche del olvido no puede con sus brumas de tu memoria egregia las luces apagar; constante el mar azota las peñas, y en espumas tan sólo se convierte su furia pertinaz.
Fray Luis, acostumbrado á la lucha consigo mismo, tuvo suficiente poder para dominarse, para apagar su mirada, para contener el estremecimiento de sus músculos; se había puesto la careta, y al través de ella miró ya, sin temor de que su alma fuese sorprendida, á la reina. Y al verla con más reflexión, dominado, sereno, fray Luis se estremeció.
Sin embargo de que era frecuente el espectáculo de enlutar templos y apagar candelas, nuestros antepasados se impresionaban cada vez más con el tremendo aparato de las excomuniones.
Entonces se deslizó hasta la puerta de escape que la alcoba tenía en el pasillo y volvió a poner el oído. Al cabo de un momento pudo oír una respiración igual y serena. Un vivo estremecimiento corrió por todo su cuerpo al percibirla. Sintió un nudo en la garganta, pero un nudo de fuego: el corazón quería saltarle del pecho: apoyó las manos sobre él para apagar el ruido de las palpitaciones.
Y los animalitos, gordos y redondos como un huevo, parecían tan contentos que á lo mejor daban un brinco, perdían el equilibrio, se caían y se quemaban; el dueño acudía á apagar tanto ardor, soplaba, soplaba, estinguía las llamas á fuerza de golpes y viéndolo destrozado se ponía á lo mejor á llorar.
Palabra del Dia
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