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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Desde que vivo, desde que soy hombre, y ya hace años, pues no es tan grande mi mocedad, he despreciado todas esas sombras y reflejos de deleites y de hermosuras, enamorado de una hermosura arquetipo y ansioso de un deleite supremo.
En el paroxismo de su ira oyó Andrés el nombre de Carmencita. ¿No sabes? le decía su hermana, serena en medio de aquella borrasca : «la dejó plantada». El bárbaro mozo se calmó de repente, deteniendo el trueno de su voz ante la imagen seductora de la niña. ¿Dónde está? preguntó ansioso. No sé; ahí, por algún rincón; está muy triste. Quiero verla rugió el monstruo.
No supo si fueron los labios del mozo una cosa rusiente que le dolió en el cuello, ni supo de dónde había sacado ella un grito de furiosa rebeldía y una fuerza salvaje para desasirse de aquel abrazo exultante y ansioso. Andrés, impulsado hacia atrás por las dos manos breves y nerviosas de la niña, dió un traspié no muy gallardo y soltó una palabrota soez.
Por eso le decía a menudo Pepe Castro, su amigo y confidente, que se hiciese valer un poco más; que no se manifestase tan rendido ni ansioso; que a las mujeres hay que tratarlas con un poco de desdén. Este Pepe Castro no sólo era el amigo y el confidente de Maldonado, pero también su modelo en todos los actos de la vida social y privada. Imitábale en el vestir, en el andar, en el reir.
La inundación había empezado á invadir sus dominios, rompiendo las compuertas de acero. ¡A los botes!... ¡Al agua los botes! El capitán repitió sus gritos de mando, ansioso de ver embarcada la tripulación, sin pensar por un momento en la propia seguridad. No se le ocurrió que su suerte pudiera ser distinta á la de su buque.
Lloro á la muerte ansioso, al fuego me lamento sin sentido, gimo al aire celoso, al mar me quejo, al cielo favor pido, y no me dan consuelo la tierra, el aire, el fuego, el mar, ni el cielo. ¡Ay prenda de mis ojos! ¡ay soberana luz! ¡ay Sol querida! ¿qué atrevidos arrojos han dejado mi vida sin tu vida? si somos en tal calma, un amor, un aliento, un ser, un alma.
Al fin, Juan llega; el tren para, y poco después, el coche de los Canzelles se detiene en el vestíbulo de la villa; un criado, de pie, cerca de la puerta, toma la maleta de Juan, en tanto que éste, ansioso, le interroga: ¿Cómo está el señor Aubry, Francisco? El señor Aubry está muy bien, el aire del campo lo restablece, tiene ya muy buen semblante. ¿El señor Juan quiere subir a su cuarto?
A ratos llegaba a perder la conciencia de la increíble verdad: ante el espectáculo que tantas veces había admirado junto con ella, le parecía tenerla aún a su lado; pero después, tornando la mirada ansiosa, la soledad lo aterraba, el horror pesaba más y más sobre él. Y andaba, andaba, sin saber adonde, ansioso de respirar: la inmovilidad lo habría ahogado.
Mensajero, corre y ve, corre y ve presto y artero, y de ausente caballero llévale a su amor el billete más sincero. No está lejos, muy más fiel, muy más fiel a tus consejos: Busca ansioso los reflejos de un clavel que dejó entre búcaros y espejos.
Un deseo punzante, ansioso, irresistible se apoderó súbito de su corazón. Jesús, el Rey de las almas, había otorgado a alguna favores que espantaban por los grandes e incomprensibles.
Palabra del Dia
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