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Maltrana cerraba sus libros sin un gesto de disgusto, pasando de un salto de la filosofía revolucionaria, que devoraba con ansias de neófito, a la devoción fetichista y estrecha de la pobre vieja, crédula para todos los milagros y más aficionada a los santos que a Dios.

El violín volvió a rasgar el silencio de fuera con notas temblorosas, que parecían titilar como las estrellas. Ya no se trataba de las ansias amorosas de Fausto en la mirada casta y pura de Margarita; ahora el instrumentista arrastraba perezosamente por las cuerdas del violín los quejidos de la Traviata momentos antes de morir.

Las ansias amorosas se cruzaban en su espíritu con temores vagos, y al fin venía a considerarse la persona más desgraciada del mundo, no por culpa suya, sino por disposición superior, por aquella mecánica espiritual que la empujaba de un modo irresistible.

No quedó empleo menudo de los que ponen en contacto a la ley con el pobre que él no monopolizase, y de este modo, vendiendo la justicia como favor y valiéndose de la arbitrariedad o la astucia para dominar al rebelde, fue haciendo camino y apropiándose pedazos de aquel suelo riquísimo que adoraba con ansias de avaro.

Nunca, nunca accedería ella a satisfacer las ansias que aquellas miradas le revelaban con muda elocuencia; sería virtuosa siempre, consumaría el sacrificio, su don Víctor y nada más, es decir, nada; pero la nada era su dote de amor. ¡Mas renunciar a la tentación misma! Esto era demasiado. La tentación era suya, su único placer. ¡Bastante hacía con no dejarse vencer, pero quería dejarse tentar!

Al día siguiente, unos pescadores de Guetary encontraron atravesados en una roca los cadáveres de los niños, abrazados estrechamente aun después de la muerte... En las ansias y rudo combate de aquella agonía tremenda, el escapulario de uno había pasado también al cuello del otro, y descansaba, como una contraseña del cielo, sobre los pechos de ambos.

Le contesté por dicho Secretario, que podía estar tranquilo el señor almirante, porque estaba todo preparado, y los filipinos tenían muchas ánsias de sacudir y librarse del yugo de los españoles, y esto suplía la disciplina, como lo justificaría el tiempo, agradeciendo, no obstante, sus buenos consejos.

Cuando hablaba de las glorias terrenas y de nuestro breve paso mundanal, su discurso, lleno de monástica ironía, se instalaba en el ser, cual frígido narcótico, adormeciendo las ansias. Decíase que más de uno, al escuchar sus sermones, había corrido a un monasterio a pedir un sayal y una celda.

No de vindicta de infamias inultas tu epifanía camino me traza; yo te adivino las ansias ocultas: quieres la suerte saber de tu raza. ¡Cómo decirte que un huésped ingrato, hábil en agios y en constituciones, rota la suya, mediante un contrato, es nuestro dueño por veinte millones!

Pero como en Sevilla se había quedado, presidiándola, la compañía de infantería de que era soldado Cervantes cuando la tristísima tragedia de doña Guiomar, esperaba la triste Margarita que alguna vez Cervantes remaneciese, volviendo a ponerse bajo su bandera. Ahora, dejando a Margarita con su tristeza y sus ansias, se pasa al capítulo siguiente, para decir lo que de Cervantes había sido.