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Actualizado: 5 de julio de 2025
Y no había otra cosa digna de mencionarse en el Casino de Villavieja. Aquella tarde, o más bien, aquel anochecer, había, como de costumbre a tales horas, poca gente en el gran salón.
No volveré a molestarle: no tendrá usted que pedirme más compasión. Lo que me toque hacer, lo haré por mí mismo. Y, precipitadamente, salió del hotel. Cuando llegó a la calle comenzaba a anochecer. A media tarde llegaron los primeros grupos de trabajadores al inmenso llano de Caulina. Presentábanse como negras bandadas, saliendo de todos los puntos del horizonte.
Lo más pronto que puedas. Bueno. Adiós. Adiós y prudencia. Martín salió de la iglesia, tomó por la calle Mayor hacia el convento de las Recoletas, paseó arriba y abajo, horas y horas sin llegar a ver a Catalina. Al anochecer tuvo la suerte de verla asomada a una ventana. Martín levantó la mano, y su novia, haciendo como que no le conocía, se retiró de la ventana.
Apenas había salido de la puerta, cuando, sin poderlo resistir, dos Nilos reventaron de mis ojos que, regándome el rostro en abundancia, quedó todo de lágrimas bañado; esto y querer anochecer no me dejaban ver cielo ni palmo de tierra por donde iba. Cuando llegué a San Lázaro, que está de la ciudad poca distancia, sentéme en la escalera o gradas por donde suben a aquella devota ermita.
Quise rechazar mi constante preocupación por medio de la lectura, pero dió la casualidad que la única obra que había llevado conmigo era la Historia de Bernal Díaz del Castillo, y ella, lejos de proporcionarme distracción, daba rienda suelta a los más extraños pensamientos. Dejé el libro y salí a pasear por las vegas, hasta el anochecer.
Libros, apenas si se veían tres en la escuela: una misma cartilla servía á todos. ¿Para qué más?... Allí imperaba el método moruno: canto y repetición, hasta meter las cosas con un continuo martilleo en las duras cabezas. A causa de esto, desde la mañana hasta el anochecer, la vieja barraca soltaba por su puerta una melopea fastidiosa, de la que se burlaban todos los pájaros del contorno.
Como los cuatro iban en sendos caballos, ligeros y briosos, pudieron llegar, y llegaron, antes de anochecer a la antigua capital del califato. Doña Mencía tardó poco en cumplir su propósito. Abandonó el mundo, y se retiró al convento de Santa Clara. El P. Atanasio y Juan Moreno Güeto volvieron al castillo inmediatamente.
El primero que diga: «¡Eso es demasiado!» pierde. Por servirte, princesa y dueña mía, mentiré de juego y diré la verdad con toda el alma. Estoy segura dijo la princesa de que tu padre no tiene tantas tierras como el mío. Cuando dos pastores tocan el cuerno en las tierras de mi padre al anochecer, ninguno de los dos oye el cuerno del otro pastor. Eso es una bicoca dijo Meñique.
Despues de haber andado una larga jornada, bogando con toda la rapidez de la corriente, se hace alto al anochecer, ó sobre la orilla derecha donde hay una selva muy tupida cuyo terreno debe ser exelente para el cultivo, ó sobre la izquierda que está poblada de magníficos bosques.
Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo.
Palabra del Dia
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