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Actualizado: 25 de junio de 2025


Rico por sus padres, vivía sin el encogimiento egoísta que desluce tanto a un hombre joven, mas sin aquella angustiosa abundancia, siempre menor que los gastos y apetitos de sus dueños, con que los ricuelos de poco sentido malgastan en empleos estúpidos, a que llaman placeres, la hacienda de sus mayores.

A partir de este día, la existencia resultó angustiosa ó monótona en aquel pueblo, donde no quedaba otro personaje importante que Robledo. Los obreros empezaron á desbandarse al ver suspendida la continuación de las obras. Pasaban el tiempo los grupos inactivos hablando de la posibilidad de que se reanudasen los trabajos en la semana próxima por disposición del gobierno; pero la orden no llegaba.

Uno de esos sueños se repetía frecuentemente: estaba en su presencia, sentía el corazón palpitarle, las manos le temblaban, y no podía pronunciar una palabra, y ella, después de haber esperado en vano sus palabras, se alejaba, se desvanecía, dejándole inmóvil, petrificado. Esa angustiosa incapacidad para todo, lo dominaba aun despierto, le impedía correr a buscarla.

En aquella angustiosa situación, no cesaba de entregar las afecciones de su alma a las personas a quien amaba y, especialmente, a Dios, con el que quiso unirse por medio del Sacramento de la Eucaristía, tomando, según su creencia, anticipada posesión de la Divinidad, o al contrario, posesionándose la Divinidad de su persona.

Antonio y su amigo se detuvieron; uniéronseles en seguida María-Manuela con la otra mujer: Soledad y Velázquez iban á hacer lo mismo, cuando éste dejó caer en los oídos de la joven, con voz angustiosa, estas palabras: ¡Pero, Soledad! ¿de veras me vas á dejar marchar solo?... ¡Por lo que más quieras... por la memoria de tu padre, que fué mi amigo, no me hagas esa ofensa... no tengas tan mala sangre!... ¡Anda, hija mía, vente conmigo!

De vez en cuando la bondad de Flimnap me ha protegido. En los últimos días mi situación era angustiosa. El temible Consejo había averiguado por sus espías que yo estaba de vuelta en Mildendo, ó sea lo que llaman las triunfadoras Ciudad-Paraíso de las Mujeres. Varias veces estuve á punto de caer en manos de sus agentes.

Había ciertas señales: la ojera, que ella tenía muy pronunciada, los ojitos un poco entornados, los labios secos... y otras, y otras. El jefe de inválidos volvió a deslizarse. D.ª Eloisa estaba en brasas, y otra vez le llamó al orden con voz angustiosa. Sucedía esto muy a menudo. D. Martín gozaba lo indecible colóreando las mejillas de las damas con sus frases atrevidas.

Verdad era que un gran número de sus amigas, tan lindas como ella, ciertamente, no se casaban por falta de dote suficiente. ¿Y si Diana decía lo cierto, si la razón que decidía a Huberto a preferirla a las otras se apoyaba en tal motivo?... Sintió en su corazón una emoción angustiosa.

Gracias a la obsequiosidad del Sr. Hallam, obtuve mulas, que me fueron prometidas para la mañana del día siguiente. Todo ese día, pasado en angustiosa expectativa, bajo una temperatura de fuego, fue realmente insoportable. Los pasajeros, numerosos, como he dicho antes, se ocupaban en los preparativos de viaje, unos con sus mulas a la mano, otros tratándolas con los arrieros.

Apenas entró en casa, noté en su gracioso semblante cierta turbación, un estado de inquietud y desasosiego que me alarmaron. ¡Ay, Marianela, mi buena amiga, mi querida protectora, las cosas que a me pasan no le pasan a nadie!... Y rompió a llorar sobre mi hombro en forma acongojada y angustiosa. ¡Muchacha! ¡Me alarmas! Sosiégate, ¿Qué te pasa?...

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