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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Esta mirada anunciaba la vitalidad de su espíritu, sostenido á pesar del deterioro del cuerpo, el cual era inclinado hacia adelante, delgado y de poca talla. Sus manos eran muy flacas, pudiéndose contar en ellas las venas y los nervios; los dedos parecían, por lo angulosos y puntiagudos, garras de pájaro rapaz.
El convento, con sus grandes, severos y angulosos lineamentos, estaba en armonía con el grave y monótono paisaje; su mole ocultaba el único punto del horizonte interceptado en aquel uniforme panorama. En aquel punto se hallaba el pueblo de Villamar, situado junto a un río tan caudaloso y turbulento en invierno, como pobre y estadizo en verano.
Era un desfile de ojos bondadosos empañados y amarillentos; de pescuezos flácidos a los cuales se agarraban sanguinarias las moscas hinchadas y verdosas; de caras huesudas por cuyo pelaje trepaban insectos; de flancos angulosos con mechones retorcidos como si fuesen lanas; de pechos angostos agitados por relinchos cavernosos; de patas débiles que parecían próximas a troncharse a cada paso, cubiertas de largo pelo hasta los cascos, como si llevasen pantalones.
Los hombres, pálidos y de mal humor; los niños, abandonados y llorosos; los criados, atravesando con angulosos pasos la cámara, para llevar a los pacientes té, café y otros remedios imaginarios, mientras que el buque, rey y señor de las aguas, sin cuidarse de los males que ocasionaba, luchaba a brazo partido con las olas, dominándolas cuando le oponían resistencia, y persiguiéndolas de cerca cuando cedían.
Salomé se apresuró á llevar á la boca una uva, que tenía entre sus delicados dedos, para poder decir: ¿Que no será nada? Crea usted que está bastante grave. Al decir esto, los movimientos de la delgada piel y los huesos angulosos de su gaznate indicaron que la uva había pasado. ¿Pero es cosa de gravedad? dijo Elías.
Y los más, de cuerpo negro y miembros retorcidos y angulosos como sarmientos, eran los hombres-plantas unidos para siempre a la tierra de donde habían surgido, incapaces de movimiento y de ideas, resignados a morir en el mismo sitio, nutriendo su vida buenamente con lo que desechasen los fuertes.
Los cuerpos rudos y angulosos parecían labrados a hachazos: otros eran deformes y grotescos como fabricados por un alfarero: muchos recordaban, por lo retorcidos y nudosos, los troncos de los acebuches de las dehesas. Los brazos negros, con las agudas protuberancias de una gimnasia forzada, parecían de sarmientos trenzados.
Mientras tanto, Zarandilla acariciaba con ruidosas palmadas y motes grotescos a dos asnos garañones, grandes como caballos, huesudos, angulosos, como si fuesen esculpidos a hachazos; la cara roma, los ojos casi ocultos bajo una maraña de pelos y las orejas caídas. Dos bestias de fealdad monstruosa y fantástica, que parecían surgidas de una visión apocalíptica.
Su piel apergaminada dejaba visibles las aristas y oquedades del esqueleto. Su faz de calavera se contraía con la risa sardónica de la destrucción. Los brazos de caña hacían voltear una hoz gigantesca. De sus hombros angulosos pendía un harapo de sudario. Y la cabalgada furiosa de los cuatro jinetes pasaba como un huracán sobre la inmensa muchedumbre de los humanos.
Un sirio, erguido sobre un rollo de cables, tañía una triple flauta fabricada con cañas, y al son del gangueo bucólico movíanse sus compatriotas. Eran hombres morenos, de luengos bigotes: corpulentos unos, hinchados de grasa, con la obesidad amarillenta y blanducha de los orientales; enjutos otros, angulosos, alargados y sueltos de miembros, lo mismo que los caballos de carrera.
Palabra del Dia
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