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Actualizado: 7 de octubre de 2025
Bien se me alcanzaba que lo que tanto deleite encerraba para mi joven preceptor, era el espectáculo del juego de la vida, el mecanismo de los sentimientos, el conflicto de intereses, de ambiciones, de vicios; pero, lo repito, para mí era indiferente que el mundo fuese como un gran tablero de ajedrez según decía Agustín, que la vida fuese una partida mejor o peor jugada y que hubiese reglas para ese juego.
No había un país que dejase de alabar la paz, pero esta paz debía hacerse de acuerdo con sus gustos y ambiciones. Todos querían que las cosas fuesen no como deben ser, sino con arreglo á sus conveniencias. Y los catorce artículos ó puntos se vieron retorcidos y desfigurados de tal modo, que acabaron por convertirse prácticamente en otras tantas calamidades.
Pero todavía no le atormentaba la prisa; y esto podía consistir en que tenía que ocuparse en refrenar la que devoraba incesantemente a su mujer, que volaba en ambiciones mucho más alto que él. Simón, cuando menos, tenía la habilidad o el privilegio ingénito de saber disimular. Juana, por el contrario, se había hecho insufrible.
Esta actitud de respeto es conveniente al covachuelista, mantiene la disciplina en un Estado bien organizado, y me garantizaba el descanso de los domingos y días festivos, el uso de alguna ropa blanca y veinticinco duros al mes. No puedo negar, a pesar de todo, que yo no tuviese ambiciones, como lo reconocían sagazmente la viuda de Marques y el pedante de Conceiro.
¿De qué la servía, si no todo, la mayor parte del mundo que iba columbrando, y además le descubrían en libros y en advertencias de palabra?... De maldita de Dios la cosa para las especiales ambiciones que la dominaban y las cortas necesidades que sentía.
De ninguna manera podría yo emplear esta fortuna mejor que en otorgar beneficios o estimular nobles ambiciones; y para ello, ¿a quién he de confiarla sino a usted? En ningunas manos puede estar mejor que en las suyas, hermano mío. Yo... »Pero hablemos de usted y no de mí. ¡Qué no daría, yo por saber enternecerle! »¿No es verdad que ha abandonado ya su idea de morir?
Era muy duro, sin embargo, renunciar a sus ambiciones señoriales y quedar ligado para siempre a una zafia aldeana y a una familia que había de pesar eternamente sobre sus espaldas. Así que, tan pronto como le acudió a la mente, se apresuró a rechazarlo. Pero la endiablada idea volvió de nuevo a presentársele con más alegres colores.
¡Hombre!..., no me atrevía yo a decir tanto. Pues atrévase usted, aquí que no nos oye la patria. Luego, es decir, que todo esto de Parlamento... Es una calamidad. Aquí no hay más que ambiciones personales, con las que es imposible todo gobierno. Tiene usted mucha razón. ¡Y siempre sucederá lo mismo! De manera que si esto, que es notoriamente malo, se suprimiese...
Doña Águeda, mujer débil, fanática y entermiza, de muy poco carácter, estaba dominada constantemente en las cuestiones de la casa por alguna criada antigua y en las cuestiones espirituales por el confesor. En esta época, el confesor era un curita joven llamado don Félix, hombre de apariencia tranquila y dulce que ocultaba vagas ambiciones de dominio bajo una capa de mansedumbre evangélica.
Si al terminarse la guerra civil de los siete años nuestro numeroso y aguerrido ejército hubiera ido á Africa, donde tanto hemos poseido y á donde debemos ir, hoy tendríamos mas posesiones que las que nos pertenecen; nuestro comercio se hubiera desenvuelto en mayor escala; las ambiciones militares hubieran tenido un noble palenque donde desarrollarse y crecer, y por último, nos hubiéramos visto libres de muchas discordias civiles que han trastornado la España.
Palabra del Dia
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